miércoles, 19 de mayo de 2010

Un dia de San Isidro a mi manera

Para celebrar que este año el santo patrón de Madrid caía en sábado, por lo cual no tenía que trabajar (porque en Leganés no es fiesta San Isidro, ¡y me da una rabia ir a trabajar cuando todo Madrid está de asueto!) (Ya se, ya se que el día de San Nicasio trabaja todo Madrid y nosotros hacemos fiesta, pero para ese día falta mucho...) pues bien, digo que como no tenía que trabajar aprovechamos para hacer una de esas que no tengo más remedio que contarles.

Les pongo en antecedentes: mi tía vive en una residencia que se costea con su exigua pensión (pronto será más exigua) y el alquiler de su casa, gestión de la que me encargo yo, porque mi pobre tía ya no está en condiciones de hacer casi nada por su cuenta.

Y después de unos cuantos años de tener como inquilinos a tres estudiantes, por fin se han ido y vamos a poder alquilarselo a unas personas normales. Que no quiero decir que los estudiantes no sean personas normales, pero es que me he pasado siete años cambiando de inquilinos por partes cada pocos meses, uno duraba un año, otro seis meses, menos uno que ha estado siete años y no veía el momento de verle marchar. Y digo esto porque no se pueden imaginar hasta que punto han sido guarros, así sin paliativos. Vale que tres muchachos no se esmeren limpiando la cocina, pero que todo lo que se tocaba pringase de mugre, que la fregona fuese la misma que dejé (vieja) hace siete años, que el plato de la ducha (que era nuevo) estuviese gris como panza de burro, y así siguiendo, da idea de lo marranos que eran. Insisto, por si me lee alguno que sepa la opinión que me merecen. Que llevo fregando ni se sabe, y lo que me queda, después de que pasen los pintores para desinfectar las paredes y quitar las manchas de grasa que los muy cochinos han dejado en las cabeceras de las camas.

En fin, que no hay mal ni bien que cien años dure, y parece que el mes entrante viene una pareja que tienen un aspecto estupendo. Una pareja joven, educados, con buenos trabajos los dos, y encantadores de trato. Pero tienen muebles propios, y no les interesaban la mayor parte de los que yo había puesto para la modalidad "tres dormitorios para estudiantes cada uno con su cama, su armario y su mesa de estudio". Así que se hacía menester llevarse a algún lugar los que no les hacen falta.

La Providencia que es buena proveyó de espacio gracias a que el novio de mi hija (un héroe anónimo, que será debidamente valorado a lo largo de este episodio) tiene un hermoso piso en la bonita localidad madrileña de Arganda, y se mostró dispuesto a acoger los muebles sobrantes, aunque él mismo tiene el piso medio en obras, y probablemente le estorbarán. Santo varón. Y no sólo proporcíonó guardamuebles, sino que aportó sus considerables fuerzas para el transporte, que no fue pelo de gorrino, según verán.









(Me tengo que disculpar porque no pensé que el día fuera a dar para tanto, y no saqué fotos. Las ilustraciones las he tomado de diversas páginas de internet, y si alguien se siente dañado en su imagen o sus derechos que me lo diga y las quito. )



Así que el viernes por la tarde recogimos una furgoneta de alquiler, porque el sábado era fiesta y estaba cerrado, y nos dieron una especie de trasatlántico inmensamente grande, que menos mal que vino mi santo conmigo a recogerla, porque si yo tengo que conducir con eso por Madrid, no se la clase de estragos que hubiera producido. No era exactamente como la de la foto, creo que era incluso más grande. Por dentro parecía una plaza de toros.





Y el sábado se vinieron mi niña y su mozo al piso, con mi santo y conmigo, y pasamos alegremente la mañana bajando muebles. Algunos, por mi gusto, los hubiera dejado caer a plomo desde la terraza, que es un sexto piso, y el efecto hubiera sido estupendo, pero ya se sabe lo que son los respetos humanos.







Así que organizamos al fondo de la furgo los que valían y en primer plano los que iban al punto limpio, porque había dos sofas viejos, una tele, un armario en tablas, un montón de ropas irrecuperables, una inmensa cantidad de botellas de cerveza de todas las marcas (vacías), que alguno de los inquilinos pasados dió en coleccionar, pero no consideró interesante llevarse, y ni se sabe cuánta porquería, todo para tirar. Bueno, menos mal que la furgoneta era "King Size", porque al final, la llenamos hasta arriba. Con una más pequeña no hubiéramos tenido ni para empezar.






Ya la bajada por la escalera motivó algún rifirrafe con varias vecinas pedorras de esas que dicen: "No se pueden bajar muebles en el ascensor" y el novio de mi hija, muy serio, le contestó: "Es que no me he leido la normativa". Que es una manera delicada de decirle "Me alegro de verla buena". Este chico tiene respuesta para todo. Y eso que no todo cabía en el ascensor, que el sofá cama era inmenso, y la estantería no entraba de alto. Los muchachos trabajaron como jabatos.




Total, que como era ya buena hora decidimos comer en un bar que había allí mismo, al pie de casa de mi tia, y llevar luego los muebles. Nos habían dicho que en día de fiesta, el único punto limpio que abre en Madrid, (que era mentira, luego he visto que abren todos) es uno que hay más allá del Cementerio de la Almudena, donde Confucio perdió la estilográfica, mas o menos, y para allá que nos fuimos, que serían las 15,30 mas o menos, y nos dicen: "No, no, aquí abren en día de fiesta, pero sólo hasta las 14 horas". Casi nos echamos a llorar. ¿Qué hacíamos, con una furgoneta como un camión de mudanzas de grande, cargada hasta los topes de somieres, colchones, mesas, sillas, sofás, mesitas, y bolsas y bolsas de cosas para tirar?





Que cada día de alquiler nos soplaban 90 pavos; y que la posibilidad de llevar los muebles aprovechables a Arganda primero y dejar lo de tirar para después era inviable, porque estaba toda la basura delante y no era cosa de sacarla y volverla a meter (entre otras cosas los sofás y el armario en tablas) Así las cosas, mi niña que tiene muy buenas ideas, cogió el móvil y se le ocurrió llamar a información para que le dieran el telefono del punto limpio de Arganda, donde afortunadamente, San Isidro no es fiesta, y allí si estaba abierto hasta las 8 de la tarde.



De modo que para allá nos fuimos, mi santo y yo en la furgo (como el Richar con los malacatones) y los chicos en el coche indicandonos el camino, y por fin pudimos soltar todo aquello. Lástima que no me llevé la máquina de fotos, porque hubo un momento en que me volví y vi a David así como con los brazos en alto y un sofá volando por el aire rumbo al contenedor, que hubiera sido una foto genial. La verdad es que es mala satisfacción coger una tele vieja y soltarla a plomo desde la altura ¡plas! contra el fondo del contenedor. Les recomiendo tirar cosas al punto limpio como terapia.




Pero quedaba lo mejor: porque el piso de David es muy bueno y muy grande, pero está en una esquina de una calle estrecha y en una cuesta donde era materialmente imposible detener la furgoneta el tiempo necesario para la descarga, "ainda mais" que es un segundo SIN ASCENSOR y había que subirlo todo a brazo. ¡Una risa! Al final dejamos el vehiculo en un esquinazo de una parada de autobús, al otro lado de la calle, estorbando bastante, pero se podía pasar; y ¡hala p'arriba con los somieres, las mesitas, las mesas de estudio, la lámpara grande, la mecedora, las cuatro sillas de ikea, las dos estanterías, (una entera y otra desarmada) la tele buena, etc, etc,! Claro, haciendo muchos viajes cada uno.

Pero Clara que no da puntada sin hilo, se le ocurrió que ya que teníamos la furgo, ¿por qué no aprovechábamos para bajar y llevar al punto limpio unos escombros que tenía David en el salón, de cuando tiró un tabique, que no encontraba manera de meterlos en el coche? (que además es nuevo y se le iba a manchar muchísimo, claro) Total, que ahí nos tienes, como procesión de hormigas, subiendo y bajando, subo con dos sillas, bajo con un trozo de tabique, subo con una mesita, bajo con otro pedazo de pared, subo con una tele... y asi sucesivamente, a razón de cinco o seis viajes por cabeza, nos bajamos un tabique en trozos en un pis pas. Porque eso si, el chico es muy organizado y tenía el tabique cortado en trozos manejables como de medio metro por medio metro.




Nos pusimos, como se pueden ustedes figurar, de yeso y tierrilla de esa que desprenden los ladrillos, pero aún faltaba lo mejor, porque cuando bajábamos ya por última vez, después de inspeccionar el piso y dar sugerencias para la reforma, nos encontramos a dos guardias, en actitud de multar a la furgoneta ¡¡¡¡¡¡




Ahí me empleé a fondo, que si mire usted señor agente, que han sido cinco minutos, que es por llevar unas cosas al punto limpio, que no teníamos otro día, que sea usted bueno, que si tal y que si cual, no me faltó más que llamarle guapo, para ablandarle; al final nos pidió los papeles, y se apiadó de nosotros; yo creo que en fondo estaba muerto de risa, menos mal. Así que nos libramos de la multa por décimas de segundo y salimos jalando de allí, otra vez al punto limpio a tirar los escombros, y ya de vuelta a Madrid, a devolver la furgoneta y a descansar que estas emociones matan.
Y yo me digo, si este Ayuntamiento (para el que no encuentro calificativos adecuados) nos está cobrando una Tasa de Basuras que tiembla el misterio, ¿por qué narices cuando uno necesita que le recojan unos enseres, resulta que no hay servicio para eso? Te contestan que pasa un camión el tercer lunes, o el segundo martes; que se vayan a hacer puños para hoces: cuando yo necesito el servicio de recogida es cuando tengo tiempo de organizar mis cosas, que para eso estoy pagando. Y luego, cada vez que vas con prisa te encuentras una peste de camioneta del Ayuntamiento atascando una calle en hora punta porque hay un señorito cogiendo cartones o cualquier otra guarrería de un contenedor para echarlos en el camión (No me refiero a los cartoneros, que tienen que vivir de algo y pasan de noche. Me refiero a la peste de camioneta de "Madrid limpio" que me emponzoña la calle de Lagasca todos los días a las 8,30, dita sea)
En fin, que siempre acabamos igual: ¡Gallardón al paredón!
(Y muchas gracias a David, que curró como una fiera, ¡con eso de que es un mozo joven!)

jueves, 6 de mayo de 2010

Crónicas Siriacas (y VII) Damasco - Madrid

Séptimo Día. Sábado Santo. Damasco - Madrid


Hoy no nos hacen madrugar. Pero es triste pensar que es porque ya vamos de recogida, basta con dejar las maletas a las 10 de la mañana en la puerta de la habitación, y ya no habrá más hoteles. Pero hasta las siete o las ocho de la tarde que tenemos que llegar al aeropuerto queda mucho día y Damasco nos espera.




El autocar nos vuelve a trasladar hasta el Zoco Hamidiyah. Una vez en el Zoco nos dispersamos, con la mañana libre hasta las 15 h. Las Chicas del Coro y Antonio nos vamos por nuestra cuenta, y nada más echar a andar por el zoco a la cronista se le cruza un cable ante una túnica negra de plisado soleil (que la hace parecer un murciélago gordo) y no tiene más remedio que comprársela. En realidad hubiéramos debido comprar 15 o 20, porque son muy baratas y ya tendríamos solucionado el uniforme del coro, pero no se yo si todas se iban a querer disfrazar de aquella guisa.



La cronista advierte a sus amigas que no se preocupen si se retrasa y se pierde por alguna calleja, que ya sabrá llegar a la Mezquita a la hora convenida, porque la verdad es que le apetece muchísimo la pequeña aventura de sentir Damasco en solitario. Y efectivamente, se rezaga, se mete por una calleja que deriva hacia la izquierda y se encuentra frente a la Ciudadela de Damasco. Por desgracia actualmente está cerrada al público, porque se encuentra en restauración, así que se tiene que conformar con ver los muros exteriores. De todas maneras, lo poco que se ve no tiene comparación con la de Alepo. Esta es una pequeña fortificación en un ángulo de la ciudad antigua. Aquella era una mole impresionante.






Pero da lo mismo. Es tal la satisfacción de sentirme dueña y señora de las calles de Damasco, dejarme llevar por el azar de los pasos, confiando en que la buena orientación y si no la buena suerte, me dejarán al fin en el lugar convenido, que no necesito ver nada concreto. Me basta caminar mirando a la gente, mezclarme con los habitantes de Damasco, ya que en estas calles, algo más apartadas del eje principal del Zoco Hamidiyah hay muchos menos turistas y la gente que deambula es la gente de aquí, de la ciudad, que va presurosa o tranquila a sus compras, y las tiendas no están organizadas para el turismo, sino que venden cosas comunes para la casa, productos de limpieza, comida, ropas, juguetes, zapatos, todo amontonado y colorista.



El tráfago humano es intenso y los sirios se comportan cuando caminan como cuando conducen, pero tampoco a pie hay colisiones; pueden rozarse pero no se chocan, caminan a su paso por calles abarrotadas, esquivando los obstáculos sin inmutarse, estorbándose unos a otros con una impasibilidad admirable, sin una mala cara ni un mal gesto.

En general miran con simpatía a los turistas (¡quien más quien menos vive de venderles algo!) y ante cualquier tropiezo, pregunta o mirada, sonríen, saludan y siguen su camino. Ayer por la tarde, cuando iba a hacer una foto en la Vía Recta, pasaba un padre con una niña chiquita en brazos y me la puso delante de la cámara, como en broma, para sorprenderme y luego se fue riendo. O cuando un turista italiano le ha pedido permiso a un anciano con pinta de beduino, con su chilaba larga, sus barbas y su kufiyah anudada en la cabeza, para hacerle una foto, el anciano ha asentido, y luego, ha sacado a su vez una máquina de fotos, y le ha hecho una foto al turista, tronchándose de risa.



Al pasar frente a una mezquita moderna, con un pórtico muy historiado, veo entrar una riada de mujeres ataviadas de negro de pies a cabeza y me uno al montón sin pensarlo dos veces. Es la hora del mediodía, más o menos, y deben estar entrando para la oración correspondiente. No se si me van a echar con cajas destempladas, pero cojo mi echarpe de color rosa, me lo pongo por la cabeza y me embuto en una cola apretada de mujeres que pretenden pasar de cinco en cinco por una puerta por la que apenas caben dos personas a la vez. Y además la que va delante de mí lleva un cochecito de niño y se topa de frente con una señora en silla de ruedas.









No se cómo, conseguimos pasar de la puerta para dentro y allí un caballero me dice algo que suena como “caba, caba” y me ofrece una tela de florecitas (mucho más estético que el babilín de la Gran Mezquita, pero mucho más difícil de mantener en su sitio, porque es una mera tela, no una chilaba con mangas y se escurre todo el tiempo) El caso es que me envuelvo con ella lo mejor que puedo, me quito los zapatos y allá que voy, con la mochila, el bolso, los zapatos en la mano izquierda, la maquinota de fotos (que me va a buscar una lesión de cuello) que saco de vez en cuando sin que se note mucho, y me mezclo con una masa ingente de mujeres que se desparraman por el interior de la mezquita. Hay dos patios porticados, sin más separación entre ellos que un pórtico central que se abre a los dos patios, uno a cada lado; pero se ve claramente que uno es para hombres y otro para mujeres.




Están los dos atiborrados de personas, en el centro de los patios se colocan los orantes en la posición habitual del rezo, postrados tocando la frente con el suelo, y yo me centro en hacer fotos al patio de las mujeres. La multitud de mantos negros postrados en hileras exactas me fascina.






Me llama la atención el contraste entre las mujeres del centro del patio que se concentran en la oración y las que deambulan por los pórticos de alrededor, que charlan, se sientan en el suelo, comen, dan el potito al niño, e incluso estoy a punto de pisar a una que se ha tumbado en el suelo todo lo larga que es y duerme tranquilamente.



Una vez terminada la oración, las mujeres empiezan a levantarse para salir



Este es el patio de los hombres. Obsérvese el techo movible que cubre los patios. Así pueden abrirse o cerrarse según las horas y las inclemencias del tiempo.



Aquí ya está casi abierto del todo. La tecnología moderna al servicio de la mezquita




El Minarete de la mezquita Roqayya





Así de abarrotada está la plaza a la salida de la oración del mediodía



En ese momento yo no lo sabía pero la mezquita está dedicada a Sayyeda Roqayya, hermana del Iman Al-Husain, el martir de la secta chiita. Allí está enterrada y se venera su tumba. Tonta de mi, arrastrada por la multitud que sale de la mezquita me quedo sin ver el fastuoso mausoleo que guarda sus restos. Luego he encontrado en Internet este video, por el cual os podeis hacer una idea de cómo es el lugar




Sigo mi camino por callejas con balconadas sobre vigas que recuerdan las de algunas ciudades antiguas en España, hasta desembocar en el lugar donde estuvo la puerta principal del antiguo templo romano dedicado a Júpiter que ocupaba el lugar donde hoy se levanta la Mezquita de los Omeyas. Me tomo un zumo de naranja recién exprimido en un puesto callejero, buenísimo, por solo cincuenta libras, que no llega a ser ni un euro. Me interno por calles ya no tan comerciales, fuera del zoco, calles más de vivir, con menos tiendas y menos bullicio.

Ya de vuelta en la zona del zoco, al aproximarme a nuestro punto de cita he pasado por el caravansar del Khan Assad Basha, un edificio del S. XVIII construido como una especie de hotel para las caravanas que llegaban a Damasco. El primer día pasamos por delante y solo pude asomarme a la puerta y entrever un surtidor altísimo que se alzaba hacia una cúpula desde un estanque. Y hoy, que tengo tiempo, me doy el gusto de entrar a verlo en detalle.


Es un enorme espacio cubierto por cúpulas decoradas en torno a un estanque lleno de flores que lanza un altísimo surtidor hacia el techo. Pero lo que llama la atención es el juego de las piedras blancas y negras, otra vez el basalto y la caliza, como en la ciudadela de Alepo, en franjas horizontales, en las paredes, las pilastras y las enormes pechinas que sostienen las cúpulas. Es una preciosidad el efecto cromático y los juegos de luces y sombras.






Todo alrededor se abre la balconada del piso superior, al que se puede subir por dos grandes escaleras a los lados de la puerta de acceso, y la vista de las cúpulas desde arriba es aún más impresionante.

Está todo lleno de estancias pequeñas que se abren a los corredores del piso alto, o al patio inferior, que debían ser las habitaciones para que se alojaran los viajeros. Algunas más grandes, y con ventanas al zoco, otras más chicas y más humildes, que siempre ha habido clases



Me paseo por los cuartos y los corredores y no me canso de hacer fotos, porque cada ángulo ofrece una vista mejor que el anterior.












Un espontáneo entabla conversación conmigo, (en eso que yo creo que es inglés, y que me sirve más o menos para comunicarme) me cuenta que es estudiante palestino y me hace fotos delante de la fuente, cosa que es muy de agradecer



Me voy con la placentera sensación del ambiente refrescado por el agua, el murmullo del surtidor y el estallido de color de las flores en contraste con el blanco y negro de las paredes; todo el conjunto desprende una placidez y un esplendor deliciosos

Me llama la atención el contraste entre la manera de vestir a las niñas pequeñas. Todos los juegos de color, los volantes,



los lazos en el pelo, las puntillas, las cintas y encajes



todo lo que sus madres no pueden lucir por las calles, se lo ponen a sus hijas.



Saben que en cuanto lleguen a la edad adulta, andarán por las calles así vestidas. Hay que aprovechar los años de infancia.



El hecho de ir vestidas a la usanza tradicional no significa que no lleven teléfonos de última generación, eso si.


Esta familia estaba compuesta por el caballero del jersey gris, la mujer del pañuelo blanco, el niño que iba detrás y las otras dos mujeres ambas embarazadas. Lo que no me consta es que las tres fuesen sus esposas. Quizá alguna fuera hija, hermana, o cualquier otro parentesco.


Este imán, alejándose bajo el arco es una imagen de siglos pasados.






Si un hombre va vestido a la europea, y hay dudas sobre si será o no sirio, basta con mirar sus zapatos. Les encantan los zapatos de largas punteras levantadas.




Esta pintura anuncia un hammam para hombres



El Bakgammon es un juego muy extendido y lo juegan en la calle, a la puerta de la tienda




Queda algo que no nos queremos quedar sin ver, y está cerquita: la ventana de San Pablo, por la que, según la tradición, el santo escapó de sus perseguidores judíos haciéndose descolgar metido en una cesta por el exterior de las murallas. Nos damos un rápido paseo, siguiendo la muralla por fuera desde Bab Sharqi, la puerta más oriental de la ciudad antigua, hacia el sur; son apenas cinco minutos y llegamos a una pequeña capilla, edificada en la parte de la muralla donde se conserva la supuesta ventana de la escapada de San Pablo.










Dentro de la capilla incluso hay una cesta similar a la que debió utilizar, y un bajorrelieve y algunos cuadros que ilustran el suceso. Con esto completamos el recorrido de los lugares Paulinos en Damasco (o al menos, eso creemos)


La caída del caballo en el camino de Damasco



En esta biografía de San Pablo cuentan el episodio de la fuga de Damasco descolgándose por la muralla en un cesto, para escapar de los judíos

Nuestra última comida en Damasco, en un restaurante armenio


Foto de despedida con Malik, el organizador, a la izquierda y con Ahmet, nuestro incomparable guía, a la derecha




Y aquí las chicas del coro con nuestro médico de cabecera, Antonio, y nuestro chófer, Swidan.



Y para despedirnos, nada mejor que la sonrisa de esta belleza siria del barrio cristiano



y este vuelo de palomas sobre el foro romano.


Que nosotros podamos volver en un vuelo, como ellas, a descubrir todo lo que no hemos tenido tiempo de ver en este viaje.