Hoy no nos hacen madrugar. Pero es triste pensar que es porque ya vamos de recogida, basta con dejar las maletas a las 10 de la mañana en la puerta de la habitación, y ya no habrá más hoteles. Pero hasta las siete o las ocho de la tarde que tenemos que llegar al aeropuerto queda mucho día y Damasco nos espera.
El autocar nos vuelve a trasladar hasta el Zoco Hamidiyah. Una vez en el Zoco nos dispersamos, con la mañana libre hasta las 15 h. Las Chicas del Coro y Antonio nos vamos por nuestra cuenta, y nada más echar a andar por el zoco a la cronista se le cruza un cable ante una túnica negra de plisado soleil (que la hace parecer un murciélago gordo) y no tiene más remedio que comprársela. En realidad hubiéramos debido comprar 15 o 20, porque son muy baratas y ya tendríamos solucionado el uniforme del coro, pero no se yo si todas se iban a querer disfrazar de aquella guisa.
La cronista advierte a sus amigas que no se preocupen si se retrasa y se pierde por alguna calleja, que ya sabrá llegar a la Mezquita a la hora convenida, porque la verdad es que le apetece muchísimo la pequeña aventura de sentir Damasco en solitario. Y efectivamente, se rezaga, se mete por una calleja que deriva hacia la izquierda y se encuentra frente a la Ciudadela de Damasco. Por desgracia actualmente está cerrada al público, porque se encuentra en restauración, así que se tiene que conformar con ver los muros exteriores. De todas maneras, lo poco que se ve no tiene comparación con la de Alepo. Esta es una pequeña fortificación en un ángulo de la ciudad antigua. Aquella era una mole impresionante.
Pero da lo mismo. Es tal la satisfacción de sentirme dueña y señora de las calles de Damasco, dejarme llevar por el azar de los pasos, confiando en que la buena orientación y si no la buena suerte, me dejarán al fin en el lugar convenido, que no necesito ver nada concreto. Me basta caminar mirando a la gente, mezclarme con los habitantes de Damasco, ya que en estas calles, algo más apartadas del eje principal del Zoco Hamidiyah hay muchos menos turistas y la gente que deambula es la gente de aquí, de la ciudad, que va presurosa o tranquila a sus compras, y las tiendas no están organizadas para el turismo, sino que venden cosas comunes para la casa, productos de limpieza, comida, ropas, juguetes, zapatos, todo amontonado y colorista.
El tráfago humano es intenso y los sirios se comportan cuando caminan como cuando conducen, pero tampoco a pie hay colisiones; pueden rozarse pero no se chocan, caminan a su paso por calles abarrotadas, esquivando los obstáculos sin inmutarse, estorbándose unos a otros con una impasibilidad admirable, sin una mala cara ni un mal gesto.
Al pasar frente a una mezquita moderna, con un pórtico muy historiado, veo entrar una riada de mujeres ataviadas de negro de pies a cabeza y me uno al montón sin pensarlo dos veces. Es la hora del mediodía, más o menos, y deben estar entrando para la oración correspondiente. No se si me van a echar con cajas destempladas, pero cojo mi echarpe de color rosa, me lo pongo por la cabeza y me embuto en una cola apretada de mujeres que pretenden pasar de cinco en cinco por una puerta por la que apenas caben dos personas a la vez. Y además la que va delante de mí lleva un cochecito de niño y se topa de frente con una señora en silla de ruedas.
No se cómo, conseguimos pasar de la puerta para dentro y allí un caballero me dice algo que suena como “caba, caba” y me ofrece una tela de florecitas (mucho más estético que el babilín de la Gran Mezquita, pero mucho más difícil de mantener en su sitio, porque es una mera tela, no una chilaba con mangas y se escurre todo el tiempo) El caso es que me envuelvo con ella lo mejor que puedo, me quito los zapatos y allá que voy, con la mochila, el bolso, los zapatos en la mano izquierda, la maquinota de fotos (que me va a buscar una lesión de cuello) que saco de vez en cuando sin que se note mucho, y me mezclo con una masa ingente de mujeres que se desparraman por el interior de la mezquita. Hay dos patios porticados, sin más separación entre ellos que un pórtico central que se abre a los dos patios, uno a cada lado; pero se ve claramente que uno es para hombres y otro para mujeres.
Me llama la atención el contraste entre las mujeres del centro del patio que se concentran en la oración y las que deambulan por los pórticos de alrededor, que charlan, se sientan en el suelo, comen, dan el potito al niño, e incluso estoy a punto de pisar a una que se ha tumbado en el suelo todo lo larga que es y duerme tranquilamente.
Este es el patio de los hombres. Obsérvese el techo movible que cubre los patios. Así pueden abrirse o cerrarse según las horas y las inclemencias del tiempo.
Aquí ya está casi abierto del todo. La tecnología moderna al servicio de la mezquita
El Minarete de la mezquita Roqayya
Así de abarrotada está la plaza a la salida de la oración del mediodía
En ese momento yo no lo sabía pero la mezquita está dedicada a Sayyeda Roqayya, hermana del Iman Al-Husain, el martir de la secta chiita. Allí está enterrada y se venera su tumba. Tonta de mi, arrastrada por la multitud que sale de la mezquita me quedo sin ver el fastuoso mausoleo que guarda sus restos. Luego he encontrado en Internet este video, por el cual os podeis hacer una idea de cómo es el lugar
Sigo mi camino por callejas con balconadas sobre vigas que recuerdan las de algunas ciudades antiguas en España, hasta desembocar en el lugar donde estuvo la puerta principal del antiguo templo romano dedicado a Júpiter que ocupaba el lugar donde hoy se levanta la Mezquita de los Omeyas. Me tomo un zumo de naranja recién exprimido en un puesto callejero, buenísimo, por solo cincuenta libras, que no llega a ser ni un euro. Me interno por calles ya no tan comerciales, fuera del zoco, calles más de vivir, con menos tiendas y menos bullicio.
Ya de vuelta en la zona del zoco, al aproximarme a nuestro punto de cita he pasado por el caravansar del Khan Assad Basha, un edificio del S. XVIII construido como una especie de hotel para las caravanas que llegaban a Damasco. El primer día pasamos por delante y solo pude asomarme a la puerta y entrever un surtidor altísimo que se alzaba hacia una cúpula desde un estanque. Y hoy, que tengo tiempo, me doy el gusto de entrar a verlo en detalle.
Me voy con la placentera sensación del ambiente refrescado por el agua, el murmullo del surtidor y el estallido de color de las flores en contraste con el blanco y negro de las paredes; todo el conjunto desprende una placidez y un esplendor deliciosos
los lazos en el pelo, las puntillas, las cintas y encajes
todo lo que sus madres no pueden lucir por las calles, se lo ponen a sus hijas.
Saben que en cuanto lleguen a la edad adulta, andarán por las calles así vestidas. Hay que aprovechar los años de infancia.
El hecho de ir vestidas a la usanza tradicional no significa que no lleven teléfonos de última generación, eso si.
Este imán, alejándose bajo el arco es una imagen de siglos pasados.
Si un hombre va vestido a la europea, y hay dudas sobre si será o no sirio, basta con mirar sus zapatos. Les encantan los zapatos de largas punteras levantadas.
Esta pintura anuncia un hammam para hombres
Queda algo que no nos queremos quedar sin ver, y está cerquita: la ventana de San Pablo, por la que, según la tradición, el santo escapó de sus perseguidores judíos haciéndose descolgar metido en una cesta por el exterior de las murallas. Nos damos un rápido paseo, siguiendo la muralla por fuera desde Bab Sharqi, la puerta más oriental de la ciudad antigua, hacia el sur; son apenas cinco minutos y llegamos a una pequeña capilla, edificada en la parte de la muralla donde se conserva la supuesta ventana de la escapada de San Pablo.
Dentro de la capilla incluso hay una cesta similar a la que debió utilizar, y un bajorrelieve y algunos cuadros que ilustran el suceso. Con esto completamos el recorrido de los lugares Paulinos en Damasco (o al menos, eso creemos)
En esta biografía de San Pablo cuentan el episodio de la fuga de Damasco descolgándose por la muralla en un cesto, para escapar de los judíos
Foto de despedida con Malik, el organizador, a la izquierda y con Ahmet, nuestro incomparable guía, a la derecha
Y aquí las chicas del coro con nuestro médico de cabecera, Antonio, y nuestro chófer, Swidan.
Y para despedirnos, nada mejor que la sonrisa de esta belleza siria del barrio cristiano
y este vuelo de palomas sobre el foro romano.
Que nosotros podamos volver en un vuelo, como ellas, a descubrir todo lo que no hemos tenido tiempo de ver en este viaje.
9 comentarios:
He entrado aquí porque un mosquito se ha posado en la pantalla de mi teléfono...lo siento. Echaré un vistazo. [el mosquito a muerto, lo he chafado]
Cigarra: Qué esstupendo viaje y qué estupendas crónicas. Enhorabuena. Cuando planees el próximo búscame una plaza, aunque sea para llevar el botijo, no hay nada que me apetezca más que un viaje con mujeres inteligentes, sensible y divertidas.
Cuando tenga tiempo os cuento una escapadita a la dehesa extremeña con dolmen incluido (y con fotos, claro).
Randle, es una curiosa manera de llamar a la puerta (chafando mosquitos) pero eres bienvenido, y celebraré que disfrutes de tu paseo.
Hola Alas de algodón, cuánto bueno por aquí. Gracias por los piropos. Cuando organicen el próximo con visita a Petra ya te lo contaré, porque lo hemos pasado estupendamente. La dehesa extremeña en estas fechas tiene que estar extraordinaria. Ya pondré aquí las fotos de las Tablas de Daimiel y de las lagunas de Ruidera, que hemos visto este fin de semana, y estaban que se salían (de agua y de bonitas)
¡Qué crónica tan interesante de tu viaje!
Hay mucho arte, mucha artesanía, unas construcciones hermosas, pero ¡qué pena me da ver a las mujeres escondidas detrás de los mantos, como si debieran avergonzarse de sus ojos, de sus bocas, de sus sonrisas! No soporto que las mujeres tengan prohibido salir a la calle como salen los hombres, sin máscaras ni embozos, sin mangas, sin limitaciones.
Qué bonita crónica!
Hola Cecilia, cuánto bueno por aquí, me alegro de que te haya gustado. Es un viaje que merece la pena, aunque como bien dices, lo de la vestimenta de las mujeres es una discriminación que no lleva aspecto de terminar.
Saludos, Osorio. Gracias por tu visita.
Hola, soy Claudia de Chile. Me encantó tu manera de contar un poco sobre Damasco, con esas preciosas fotos tan llenas de detalles. Le sacaste sabor a todo por eso te felicito. Muchos saludos.
Bienvenida Claudia. Me da tanta pena pensar que las calles por las que anduvimos con tanta placidez hoy están llenas de miedo y quizá de sangre. Es terrible lo que está ocurriendo en aquel país, la sangrienta represión de ese tirano contra su pueblo. Un dolor.
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