A propósito de este artículo "Arriba y abajo" publicado por Justo Navarro en El País en 2008 (si, si, aunque hayan pasado cuatro años, sigue de total actualidad) mi hermano Guillermo ha escrito este sabrosísimo comentario, tan lleno de verdades que lo transcribo sin cambiar un punto ni una coma
No me cuadra la fecha, tan actual se me aparece lo que escribía el clarividente Justo Navarro hace por lo que se ve, más de cuatro años. No es solo que lo público queda como mal remedio para pobres indigentes, en vez de ser proyecto colectivo para beneficiarnos todos de lo que pagado entre muchos cuesta menos que pagado por cada uno solo y garantiza de paso una redistribución de la riqueza que palíe las evidentes disimetrías y desigualdades del sistema capitalista.
Es que, en la fiebre desmedida de enriquecimiento personal (estrictamente pecuniario, entiéndase, no moral o espiritual o cultural) que constituye el único mandamiento y valor de nuestra sociedad, los que gobiernan y torpemente diseñan un esbozo de futuro para todos, han creído entender que para que los europeos podamos seguir compitiendo como mano de obra barata con los de otros países de cuyo nombre no quiero acordarme, es preferible negarnos la cultura, la formación y el desarrollo intelectual.
Berlusconi, que como única virtud posee el candor cínico con el que ostenta su abyección, lo dijo hace tiempo: "Si los italianos fabricamos los zapatos más bellos del mundo" (él lo cree ciertamente así, a mí no me gustan, me parecen como todo el diseño popular italiano, armani e compagnia, una horterada, pero eso es otra historia) "si los italianos fabricamos lo zapatos más bellos del mundo", dijo, "¿para qué queremos ingenieros?" o literatos o artistas o profesores o críticos de arte o filósofos o humanistas... (de los que Berlusconi no habló porque ni se acuerda de su existencia).
La forma de competir con China o con India es volver a un estado de cosas - más o menos el que produjo la revolución industrial - en el que una vasta población inculta e iletrada, un gran proletariado adormecido por los programas televisivos en sus ratos de ocio, proporcione la mano de obra a buen precio que la élite (económica, por supuesto) de nuestra sociedad necesita para ser cada vez más desmesuradamente rica.
Los Estados Unidos lo consiguieron hace tiempo, aunque quizá ahora también por allí el sistema haga aguas, y eso que allí nunca llegaron los ecos benéficos de las revoluciones proletarias. Y nuestros políticos hace tiempo que se subieron al carro del vencedor de la lucha de clases, que dijo Warren Buffet, (grandes administradores de mutinacionales y sociedades financieras, banqueros, etc) en la esperanza de que podrán participar en el festín de los privilegiados si les facilitan las transformaciones sociales necesarias para su beneficio vendiendo al ciudadano la quimera de que esas transformaciones son exigencia de la única fórmula posible de supervivencia en el no menos invevitable mundo de la globalización, del comercio y del consumo total, del beneficio a qualquier precio, del sálvese quien pueda que a sus patrones interesa crematísticamente hablando.
La formación ocupa un puesto clave en esas transformaciones sociales; sabiamente manejada, empobrecida, desvirtuada, vaciada de contenidos, convertida en un simulacro de sí misma, en una ridícula comunicación de mero knowhow - como gustan decir nuestros líderes - alejada convenientemente del conocimiento y del pensamiento crítico, convertida en módulos y en créditos formativos, cuantificada, mercificada, prostituida en fin, la escuela y la universidad pública son no sólo las instituciónes que proporcionan el aprendizaje profesional de masa para la prole del proletariado que permitirá la perpetuación de la sociedad de consumo, sino también la palestra en la que se le inculcan los nuevos valores de antisolidaridad, egoismo, victimismo rencoroso e incivismo en los que conviene mantener a los pobres para que se sigan haciendo la guerra entre ellos en vez de revolverse contra quienes se benefician de su miseria.
Por un momento habíamos creído haber progresado, haber ganado ya la batalla por una sociedad más justa - matizando y temperando adecuadamente las reivindicaciones excesivas que a partir de hace un siglo condujeron a los horrores del socialismo real. Creíamos haber subido un escalón, haber conquistado definitivamente algunos derechos, democracia, ocio, cultura, sanidad. Qué va. Era solo que nos daban respiro para que, distraídos, les fuese más fácil empujarnos otra vez a nuestra ínfima función de pedestal humano sobre el que apoyar la riqueza y el lujo desmedido de unos pocos.
Es que, en la fiebre desmedida de enriquecimiento personal (estrictamente pecuniario, entiéndase, no moral o espiritual o cultural) que constituye el único mandamiento y valor de nuestra sociedad, los que gobiernan y torpemente diseñan un esbozo de futuro para todos, han creído entender que para que los europeos podamos seguir compitiendo como mano de obra barata con los de otros países de cuyo nombre no quiero acordarme, es preferible negarnos la cultura, la formación y el desarrollo intelectual.
Berlusconi, que como única virtud posee el candor cínico con el que ostenta su abyección, lo dijo hace tiempo: "Si los italianos fabricamos los zapatos más bellos del mundo" (él lo cree ciertamente así, a mí no me gustan, me parecen como todo el diseño popular italiano, armani e compagnia, una horterada, pero eso es otra historia) "si los italianos fabricamos lo zapatos más bellos del mundo", dijo, "¿para qué queremos ingenieros?" o literatos o artistas o profesores o críticos de arte o filósofos o humanistas... (de los que Berlusconi no habló porque ni se acuerda de su existencia).
La forma de competir con China o con India es volver a un estado de cosas - más o menos el que produjo la revolución industrial - en el que una vasta población inculta e iletrada, un gran proletariado adormecido por los programas televisivos en sus ratos de ocio, proporcione la mano de obra a buen precio que la élite (económica, por supuesto) de nuestra sociedad necesita para ser cada vez más desmesuradamente rica.
Los Estados Unidos lo consiguieron hace tiempo, aunque quizá ahora también por allí el sistema haga aguas, y eso que allí nunca llegaron los ecos benéficos de las revoluciones proletarias. Y nuestros políticos hace tiempo que se subieron al carro del vencedor de la lucha de clases, que dijo Warren Buffet, (grandes administradores de mutinacionales y sociedades financieras, banqueros, etc) en la esperanza de que podrán participar en el festín de los privilegiados si les facilitan las transformaciones sociales necesarias para su beneficio vendiendo al ciudadano la quimera de que esas transformaciones son exigencia de la única fórmula posible de supervivencia en el no menos invevitable mundo de la globalización, del comercio y del consumo total, del beneficio a qualquier precio, del sálvese quien pueda que a sus patrones interesa crematísticamente hablando.
La formación ocupa un puesto clave en esas transformaciones sociales; sabiamente manejada, empobrecida, desvirtuada, vaciada de contenidos, convertida en un simulacro de sí misma, en una ridícula comunicación de mero knowhow - como gustan decir nuestros líderes - alejada convenientemente del conocimiento y del pensamiento crítico, convertida en módulos y en créditos formativos, cuantificada, mercificada, prostituida en fin, la escuela y la universidad pública son no sólo las instituciónes que proporcionan el aprendizaje profesional de masa para la prole del proletariado que permitirá la perpetuación de la sociedad de consumo, sino también la palestra en la que se le inculcan los nuevos valores de antisolidaridad, egoismo, victimismo rencoroso e incivismo en los que conviene mantener a los pobres para que se sigan haciendo la guerra entre ellos en vez de revolverse contra quienes se benefician de su miseria.
Por un momento habíamos creído haber progresado, haber ganado ya la batalla por una sociedad más justa - matizando y temperando adecuadamente las reivindicaciones excesivas que a partir de hace un siglo condujeron a los horrores del socialismo real. Creíamos haber subido un escalón, haber conquistado definitivamente algunos derechos, democracia, ocio, cultura, sanidad. Qué va. Era solo que nos daban respiro para que, distraídos, les fuese más fácil empujarnos otra vez a nuestra ínfima función de pedestal humano sobre el que apoyar la riqueza y el lujo desmedido de unos pocos.
2 comentarios:
Me alegra ver que sigues por aquí y tan interesante como siempre. Yo he vuelto, después de algunos años. Saludos.
Difunde este asunto, porfa:
http://www.lansky-al-habla.com/2013/02/el-deheson-del-encinar-urgente.html
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