Cuando yo tenía 13 o 14 años estaba en la parada del 61, (que entonces todavía era tranvía porque yo soy mas antigua que el Canalillo) de vuelta a mi casa desde el colegio. El tranvía llegó, abarrotado, como solía ser habitual, y yo que no tenía prisa decidí esperar al siguiente, junto con una señora ya mayor. Pero dos aspirantes a pasajeros, que debían llevar un buen rato esperando, pretendieron subir al tranvía ambos a la vez, forcejeando para pasar cada uno antes que el otro, luchando por colgarse de la barra central de la puerta, intentando embutirse entre los pasajeros que se apiñaban en el interior; los de fuera se peleaban entre sí, los de dentro bloqueaban la entrada, para impedir que subieran, bastante apretados iban ya. Total, un espectáculo lamentable. Y la señora, que tenía un aspecto algo exótico y hablaba español con acento extranjero, me decía moviendo la cabeza meditativamente: "¡No hay cariño, no hay cariño!"
A mi me hizo tanta gracia la manera de decirlo, y me pareció tan cargada de razón, a pesar de la expresión infrecuente (o quizá por eso), que se me quedó grabada la anécdota, y muchas veces a lo largo de la vida me ha venido a la memoria esa frase. Esos adelantamientos que no sabe uno si calificar de suicidas o de asesinos que se presencian a veces en una carretera cargada de tráfico, esas noticias del periódico que te salpican de sangre la mesa del desayuno, esas historias que se oyen de malos tratos, de acoso escolar, de insidias laborales... Me acuerdo de la señora moviendo la cabeza: "No hay cariño, no hay cariño". Pues no, señora, ni pizca.
Pero ayer los periódicos traían la noticia de la muerte del Abbé Pierre. Algunos han oído hablar de él. Muchos más han conocido su obra: los Traperos de Emaús. Este hombre frágil, que escapó al pelotón de fusilamiento de los nazis por su mala salud (pensaron que ya se iba a morir sólo, no merecía la pena matarlo) ha llegado a los 94 con una mala salud de hierro, empujado por una pasión admirable: la de conseguir casa, trabajo, medio de subsistencia digno a los desheredados, marginados y desesperados de la vida que ha ido encontrando a lo largo de su camino. Como la Madre Teresa de Calcuta, dedicó su vida a los otros; a los que son "otros" para casi todo el mundo, esos que miramos como si verdaderamente fuesen "otro" que no tiene nada que ver con nosotros: inmigrantes, drogadictos, expresidiarios, suicidas frustrados, gente que vende kleenex en los semáforos, y que damos un rodeo para ver si le ponen la mano delante a alguien que no seamos nosotros. El movimiento que él puso en marcha ha conseguido, reciclando y volviendo a dar utilidad a tantas cosas como tiramos y desechamos, que esas personas que parecían inútiles, desechos de la sociedad, vuelvan a ser útiles, recuperen su dignidad, se puedan mantener a sí mismas y ayuden a otros a hacer lo mismo.
El caso es que hay personas que si tienen "cariño", y tienen el suficiente para cambiar no sólo su vida y la de las personas más cercanas, sino la de millares y centenares de millares de personas en todo el mundo. Afortunadamente, hay islas de "Cariño" que contagian su entorno y se propagan. Os recomiendo entrar en alguna de las páginas que los Traperos de Emaús mantienen en internet:
Y para terminar, recordemos por qué eligieron ese nombre: En el Evangelio de Lucas, capítulo 24, versículo 13 y siguientes, se relata cómo, tras la muerte de Jesús, dos discípulos iban camino de Emaús y se unieron a un viajero desconocido con el que se pusieron a comentar lo que había pasado en Jerusalén, la muerte de Jesús, el susto que les habían dado las mujeres diciendo que había resucitado, que efectivamente el cuerpo no estaba en el sepulcro y que ellos no sabían a qué atenerse. El viajero les hizo ver que todo eso que decían estaba anunciado en las Escrituras, y les explicó cómo tenían que entenderlas. Como se hacía de noche se recogieron en una posada e invitaron al viajero a quedarse con ellos, a cenar y a dormir. Y en el momento de la cena, "al partir el pan" recordaron el gesto de Jesús y le reconocieron en ese viajero al que no habían identificado.
Tomo prestadas las palabras los Traperos de Emaús de Torrelavega:
Los traperos siguen teniendo un lugar en el mundo de los residuos, porque la humanidad sigue generándolos, de toda clase, y cualquier persona merece la oportunidad de recuperar la fe, o la dignidad, o de quitarse la venda. Como aquellos dos discípulos que se dirigían desde Jerusalén hacia una aldea llamada Emaús, lamentando la muerte de Jesucristo, su maestro, sin reparar que era el hombre que caminaba junto a ellos, y a quien habían tomado por un forastero.
http://agora.ya.com/traperosdeemaus/hemeroteca.html
1 comentario:
Los seres humanos especiales como el abate Pierre dejan tras de sí un rastro de luz, de esperanza, de recuperación de la dignidad, de la generosidad, de la vida entregada a los otros que nos hace sentirnos todavía más pequeños. En este caso, se podría afirmar que estuvo tocado por la mano de Dios. Defendió a los que no tienen voz, a los más humillados y esta era la razón de su fuerza, de su resistencia. Yo digo ¿y si pudiéramos clonarlo? Con varios millones, estratégicamente repartidos, igual le dabamos un cambiazo a este "mundillo de m..."
Confiaba en que cuando las mujeres alcanzaran el poder, este mundo cambiaría, se feminizaría, pues lo que ha sucedido es que las mujeres se han masculinizado en las esferas del poder.
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