viernes, 5 de enero de 2007

Ustedes me van a perdonar

Es que estoy escuchando la radio y me han puesto un fragmento de Wagner y se me han venido a las mientes las sabias palabras del admirado profesor Javier Goldáraz Gainza http://www.educa.madrid.org/web/csm.realconservatorio.madrid/dep-musicologia.htm

cuando decía: "¡Cuánto daño hizo el Romanticismo!"

Reconozco que la vida sigue, y que hay música después de Beethoven, pero ¡qué poquita salvaría yo, Dios me perdone!

(Dedicado a mis amigos que espero que me estén escuchando, D.ª Mar y D. Paco)



Y hablando de otra cosa, como diría mi amada tía, véase con que donaire cruza los semáforos en rojo nuestro insigne regidor municipal, mientras sus esbirros increpan al conductor que no se ha tirado al suelo de bruces en cuanto ha visto al Faraón.

5 comentarios:

Anónimo dijo...

Tampoco hay que ser así. Siempre ha habido músicos buenos y menos buenos, también antes del Romanticismo. Lo único que pasa es que hasta entonces todos tenían en común un lenguaje amable, al que se ceñían escrupulosamente, que bien usado daba obras geniales y, usado menos bien, no ofendía. Después el ego de cada cual empezó a desbordar las convenciones comunes a todos y, cuando alguno no daba la talla, se notaba más. El patrimonio colectivo ya no corría con el gasto.

Pero, a cambio, hubo gente como Schubert. ¿Qué me dice usted de Schubert? Romanticismo puro y yo no soy capaz de decir más de tres músicos, en toda la historia, que me parezcan mejores que él. (Sí, precisamente. Esos tres. Pero ni uno más). O como Chopin, que suena a tópico, a obviedad consabida y tediosa y a niña cursi tocando el piano, pero tenía cosas muy, muy serias. Oiga usted de nuevo los conciertos para piano y orquesta de Chopin, o los Impromptus para piano de Schubert, y dígame luego si verdaderamente le parece dañino el Romanticismo.

Wagner era un bodrio, en general, lo reconozco. Pero era más nieto que hijo del Romanticismo, y lo que más tenía de bodrio era lo que menos tenía de romántico. La culpa de su bodriez no era del Romanticismo, sino suya específica de él, con la importante complicidad de quien diré luego. Y hasta él tiene cosas que están muy bien. Yo, que felizmente puedo afirmar que no habré oído ni el cinco por ciento de lo que compuso, puedo también decir que el tema del “Coro de peregrinos” de Tanhauser, el famoso tema de la obertura, me parece una música estupenda, que dejaría un buen hueco en la historia musical universal si de repente ya no estuviera.

Y como ya me he cansado de decir cosas sensatas y conciliadoras, añadiré ahora que lo realmente dañino para la música no ha sido el Romanticismo, sino la Ópera, y eso sí que le pilla de lleno a Wagner. La Ópera, ese amancebamiento de teatro malo con música mediocre que en el entendimiento de tanta pobre gente pasa por ser algo así como La Música Con Mayúscula, su más alto logro, su qué sé yo qué, es, muy al contrario, un subproducto espúreo y viciado desde su mismo origen que sólo en manos de unos pocos genios, Mozart, por ejemplo, ha conseguido vencer sus limitaciones de planteamiento y producir música buena, de verdad buena. Con la mayoría de sus restantes cultivadores, la música consigue solo muy de vez en cuando alzar la cabeza entre la bambolla de musiquillas, marchetas, números de baile, recitativos y pachangas diversas que constituyen el ochenta por ciento de la ópera conocida.

Para explicar someramente por qué esto es así y no podría ser de otra manera, copio a continuación lo que un comentarista inteligente, que podría ser yo mismo, escribió hace no mucho en otro lugar internético, hablando de este mismo tema:

La ópera es un lamentable contubernio de música y teatro. Lamentable por motivos evidentes:

- Como lo que importa es la música (las óperas son de Verdi, de Mozart, de Puccini... salvo en el caso de Wagner, a nadie le importa un comino el autor del libreto) la historia es mediocre y previsible, y los versos, malos y en italiano. Los intérpretes tienen que ser buenos cantantes, pero eso no asegura que sean buenos actores y sí, en muchos casos, que tiendan a la obesidad y al hieratismo. Y no hay acción dramática que pueda avanzar como es debido si los protagonistas se paran cada dos por tres a explayar sus sentimientos en un aria interminable, mientras todos los demás esperan como pasmarotes a que terminen de cantar para contestarlos, abrazarlos, apuñalarlos o lo que proceda. MOTIVO EVIDENTE Nº 1, PUES: LO MUSICAL SE CONVIERTE EN UN ESTORBO PARA LO TEATRAL.

- Como, aún así, hay que contar una historia, la música se ve, a su vez, condicionada por no sé cuántas restricciones extramusicales: hay que encajar en ella una letra, hay que acomodarla a la tesitura y a las capacidades concretas de la soprano o del tenor que estrenen cada aria, hay que respetar el “ambiente” de la historia y no poner tarantelas en la muerte del protagonista, ni marchas fúnebres en la boda, ni minués franceses en los serrallos turcos... En fin, que la música, que es un instrumento expresivo mil veces más rico y sutil que el lenguaje hablado, y capaz de suscitar y expresar sentimientos indecibles, se ve en la ópera reducida a amenizar historietas, enfatizar pasiones de cartón piedra y acompañar el baile de los figurantes. Como si Velázquez se hubiera dedicado a pintar decorados o utilizáramos el telescopio Hubble para espiar a la vecina mientras se cambia. MOTIVO EVIDENTE Nº 2, POR TANTO: LO TEATRAL SE CONVIERTE EN UNA RÉMORA PARA LO MUSICAL.

Es decir, que, lejos de enriquecerse mutuamente, las dos artes que supuestamente colaboran en la ópera se entorpecen y se limitan la una a la otra. El resultado es un teatro malo acompañado de una música que, si no siempre es mediocre, sí sería mucho mejor sin la obligación impuesta de ceñirse a las necesidades dramáticas.

Naturalmente hay genios de la música que han compuesto óperas y, hasta con todas estas dificultades, han creado músicas sublimes. Pero yo, para oir estas músicas, prefiero mil veces poner el disco en casa que ir al teatro. Así me evito el espectáculo de los snobs incultos emperifollados, la necesidad de emperifollarme yo mismo y la obligación de escuchar, entre pedazo que me gusta y pedazo que me gusta, los recitativos, los bodrios y los compases de transición y relleno, destinados todos ellos a que pueda el drama recuperar el tiempo que había perdido cuando la contralto dedicó diez minutos a decirnos cincuenta veces lo que habría bastado, si aquello fuera teatro de verdad, con que nos dijera una sola vez.

Eso es lo único bueno de que suelan estar en italiano o en alemán: como no lo entiendo, puedo desentenderme de la letra y escuchar la música dejando que me diga lo que por sí misma dice, y no lo que un libretista obtuso se empeñó en que me tenía que decir.

Que los aficionados me perdonen – o que no, me da igual – pero creo firmemente que, en buena parte, su afición se debe a una escasa capacidad para apreciar la música en sí, que hace que sólo aguanten dos horas de Mozart, pongo por caso, si se las administran adobadas con historias, decorados, vestuarios y ambiente glamouroso. Una cosa es que te guste la ópera, que incluye todo eso como parte principal, y otra muy distinta que te guste la música, para lo que todo eso es un inconveniente, un estorbo y una limitación, en mi modesta opinión.

Cuando digo que me gusta la música clásica, nunca falta un entusiasta que cree convenir conmigo contestándome: “Y a mí, y a mí. ¡La ópera, qué maravilla!” Solo la buena educación me impide aclararles: “No, no. He dicho la música clásica. La ópera, salvo honrosas excepciones, me repatea.”

Cigarra dijo...

Me va a tener que perdonar usted otra vez, y ahora creo que le va a costar mas trabajo, pero últimamente el amigo Franz no me provoca grandes entusiasmos. Está bien, y como dices, los impromptus para piano son como para gustar, pero no me emociona lo mas mínimo. Ni él, ni ¡oh herejía mayúscula!, Schumann. Ni Brahms, que nunca me acuerdo de que existe, Dios me perdone. El chiquito polaco este, Chopín, si; tiene cosas muy bonitas, y además el piano es un instrumento que casi siempre mejora cualquier cosa que se toque con él. (Hasta que uno de estos románticos empieza a perseguir escalas por el teclado arriba y abajo, que es algo que me pone de los nervios)

Reconozco que soy un poquito radical en mis expresiones y cuando digo que para mi la música terminó a finales del XVIII estoy haciendo una generalización extremada. Podría hacer una lista larguísima de músicas del XIX y del XX que me encantan y no sólo de los buenos buenísimos indudables, que no olvido que casi todo Beethoven es del XIX; me encantan cosas sueltas como las obras para guitarra de Sor, y las escenas de niños de Schumann, y los cuadros de una exposición de D. Modesto; y me encantan Ravel y Debussy, y Eric Satie, y el adagio para cuerdas de Barber y miles de cosas mas. Pero mudo y absorto y de rodillas, como se adora a Bach y a Mozart, desengáñate que así no querré yo a nadie mas.

Pues si, el coro de Tanhauser es muy bonito, y en la película de Visconti sobre el Rey Loco de Baviera tocaban una pieza que compuso el Guañer ese (que sonaba todo junto como decía D. Joaquín Garrido abuelo) para festejar el cumpleaños de su esposa, y recuerdo que me gustó mucho. Pero todo lo demás de ese señor está bien para bombardear con napalm y poco mas.
Por cierto, cuéntanos quién era su cómplice en lo de la bodriez, que nos has dejado intrigados.

Ahora bien, cuando hablas de ópera, firmo debajo de todo lo que dices. Ya lo dijo Voltaire: la ópera se ha inventado para camuflar con música las tonterías que uno no se atreve a decir sin ella. No quiero ni pensar las cosas que va a decir de nosotros el insigne Beloto si lee estos comentarios, pero sigo estando de acuerdo contigo y con Voltaire y con el que ha dicho todo eso que citas.

Y que conste que sigo emocionandome hasta las lágrimas cuando oigo a la pobre Madame Butterfly diciendo "Un bel di vedremo", y que Rigoletto me gusta casi entera de arriba a abajo y que el "Adios a la vida" de Tosca es preciosísimo. Y aprecio en todo su valor la técnica, la gracia y el genio con que Kraus ataca los dos de pecho en la famosa aria de "La filla del regimento". Es extraordinario.
Pero estoy de acuerdo contigo, prefiero ponerme el disco en casa mejor que aguantarme el ladrillo entero vestida con ropa incómoda en un asiento estrecho, entre gente que me incomoda si se mueve y a la que incomodo si me muevo. Y aunque los discos que traen fragmentos de algo no suelen gustarme, me gustan si son de los trozos digeribles de óperas en las que casi todo lo demás es prescindible.
(Hago una excepción: estoy oyendo uno que me han traído los Reyes que se llama "In Paradisum" y trae fragmentos de cosas como el "Stabat Mater" de Pergolesi, o el "Recordare" del Requiem de Mozart, y estoy disfrutando bastante)

Por no extenderme mas, dejaremos para otro día dos cuestiones: la primera es una lectura feminista de las óperas; ¿por qué las heroínas además de ser tontas y desgraciadas se tienen que morir siempre, mientras el canalla del tenor se va de rositas?
Y la segunda es ¿qué falta hace que la música cuente una historia? ¿No hemos salido ya de la fase ágrafa de la historia en que los mitos se tenían que contar con música para que las generaciones siguientes los memorizasen? ¿no existe la literatura para contar historias? Pues dejen que la música sea sin palabras, que es como más música es, ea.

(¡Que todo esto lo diga una persona que canta en un coro! ¡Hay gente que no hay quien la entienda!)

H. dijo...

Para acabar de una vez por todas con la cultura uno de los pasos será, qué duda cabe, prohibir la ópera. Desprecio cuanto ignoro, como decía Machado, ya lo sé, pero es que hay cosas que se odian de oídas. No necesito pagar chiquicientos uros por un ángulo oscuro en la Zarzuela para saber que los he malgastado. Antes de poner en el cup-holder el "onceavo" disco del Anillo sé que hay algo excesivo y no soy yo. Puestos a epatar, os digo que prefiero la ópera china, donde por no entender no entiendo ni la música ni el texto ni la historia ni la ropa ni el escenario ni los gestos ni lo que lleva a esas gentes a meterse varias horas de tinguitinguitín.

Eso en cuanto a la ópera.

Respecto a lo del romanticismo, está bien para adolescentes (yo mismo fui adolescente y me pirraba por el sifilítico de Schubert); de post-adolescente pasé a dedicarme al Mahler, el jazz y el renacimiento; la música medieval la abandoné casi al mismo tiempo que el heavy metal; de Mahler me cansé un poco, del renacimiento me limito mucho a ciertos madrigales de Monteverdi y cosas así, y del jazz fui derivando tanto tanto al free-jazz por una parte y al soul-jazz-funky por otra que llegó un momento en que antes de que me echaran de casa tuve que empezar a aficionarme a otros géneros innombrables, de los que a veces grabo una antología a mis amistades para que echen unas risas.

Con lo que vuelvo al comienzo: lo malo de la ópera de Wagner o de las sonatas de Brahms es que no hay dónde reírse un poco, que no tienen el más mínimo sentido del humor. Y si no aguantan una broma, que se marchen del pueblo. Digo.

Anónimo dijo...

La perdono, la perdono, no faltaba más. Fundamentalmente porque a quien más daño se hace es a usted misma. “...son como para gustar...” Hombre, por Dios. Mudo, y absorto y de rodillas son modalidades adoratrices que prefiero dejar para los amores onanísticos del pobre Gustavo Adolfo. Pero respetando las manías litúrgicas de cada cual en cuanto a la mejor forma de escuchar la música buena, a Schubert hay que oirlo con muy poco menos de unción, entusiasmo y disfrute en general que a Bach, Mozart o Beethoven. Muy poco menos, si no los mismos. Tiene usted el handicap, como yo, de haberse criado escuchando “La Trucha” como música de fondo, mientras hacía los deberes o merendaba pan con chocolate, y veo que ha sucumbido al evidente riesgo de darla por consabida. Pero si la escuchara de nuevo como si nunca la hubiera oído antes, se daría usted cuenta de que es uno de los momentos cumbres de la historia de la música.

Llamar a Chopin “el chiquito polaco este” y concederle que tiene “cosas bonitas” es una hábil maniobra para disimular la inmediatamente siguiente, que es asimilarlo a “uno de estos románticos” - ¡como si tuvieran en común otra cosa que la displicencia que usted ha decidido dispensarles!- y acusarlos, así, en bloque, de “perseguir escalas por el teclado arriba y abajo”. Esto último puede ser una descripción, más bien torpe, de algunas piezas de Liszt, que tampoco a mi me producen especial entusiasmo; pero hablar de ello como de una manía de los románticos en masse solo revela, perdóneme usted que se lo diga, que los ha oído usted, a todos ellos, poco, con falta de atención y sobra de prejuicios.

(Dicho lo cual le diré que a mi Schumann tampoco me entusiasma, que Mendelsohn me sobra casi entero y que jamás he entendido la muy común devoción por Brahms. Este último me parece una pobre imitación de Beethoven que casi nunca consigue atinar con la “escala”, quiero decir, con la proporción. O se tira treinta y tantos minutos tratando trabajosamente de construir un tema que se pierde entre el vaivén irresoluto de ruidillos adláteres, o despacha en cinco minutos tres temas buenos, que desarrollados como Dios manda habrían quedado muy bien y que así no pasan de atisbos frustrados. Lo de “las tres B” es puro oportunismo ortográfico. No les llega, ni a Bach ni a Beethoven, a la suela de los escarpines.)

(Y en cambio Tschaikovsky – al que no sé por qué hay que ponerle tantas letras, total para decir Cheicosqui, que vaya usted a saber cómo se escribe en cirílico – Tschaikovsky, digo, que pasa por ser el más blando, pastelero, facilón y descartable de los grandes músicos del XIX, me está resultando últimamente mucho más apreciable de lo que yo mismo habría dicho hace unos años, cuando participaba de prejuicios muy parecidos a los que usted proclama. Todo lo amariconado, dulzón y chin chin pún que se quiera, pero un pedazo de músico. Capaz como pocos de inventar lo que cada vez más creo que es la madre del cordero, la raiz de la música: melodías. Un músico es un buen músico cuando inventa buenas melodías, haga luego con ellas lo que haga. Y Don Piotr Ilich las inventaba buenísimas. Y en cambio todas las audacias armónicas, todos los hallazgos tímbricos, todas las orquestaciones, las percusiones, las instrumentaciones y las zarandajas del mundo no van a ninguna parte si detrás no hay una melodía consistente.)

Hala, ya me he despachado yo también. Ve usted que, en el fondo, somos tal para cual.

El cómplice de Wagner en la bodriez es, evidentemente, la ópera. Wagner era bodrio, fundamentalmente, porque escribía óperas, y la ópera es la patria natural del bodrio musical, su oportunidad de oro, su catalizador, su coartada y su escaparate. (Creí que había quedado claro, pero veo – lo venía ya sospechando – que escribo igual que Wagner hacía música, suena todo junto y no hay quien me entienda.) Está claro que, en cuanto a la ópera, pensamos más o menos lo mismo, con la salvedad de que a mí me importa un pito que se muera la protagonista, y lamento solo que sobreviva su cómplice masculino. Por mí podían reventar ambos en el primer acto, llevándose por delante al coro y a los partiquinos, y eso que nos ahorrábamos todos.

Y me parece – ya termino, ya – fundamental la última cuestión que usted bien apunta. ¿Por qué tiene la música que contar una historia? Es una manía que me subleva desde que tengo uso de razón. Todas esas construcciones del género: “El pizzicato de los violines es el goteo de la lluvia sobre el maizal. El óboe es el pajarillo que canta. Cuando el pastor bosteza, suena el fagot. El tema del contrabajo es el lobo que se acerca...” me parecen profundamente necias y totalmente antimusicales, y me da igual que sea el propio compositor el que las aliente. Me cago en la música programática, con furor intestinal acumulado desde mis lejanos seis años, en que por primera vez alguien intentó “explicarme” alguna música con estupideces parecidas. La música no necesita ser explicada, ni cuenta más historias que las infinitas, infinitamente diferentes y todas ellas indecibles más que, precisamente, mediante la música, que haga crecer en el ánimo de cada uno de sus infinitos oyentes. Si su autor tenía el cretino propósito de que no sé cuál sucesión de notas representara no se qué personaje, o se basó en algún retorcido leimotiv para componer así y no asá, o adjudicó determinado instrumento a determinda anécdota, es problema suyo. Él debe tener el buen gusto de no exhibirnos ni tratar de contagiarnos sus manías, y sus comentaristas el sentido común de disimularle la debilidad. A mi no es que no me importe nada, es que me molesta positivamente que venga un idiota a reventarme la emoción musical tratando de reducírmela a un torpe tebeo, mal contado, porque la música no es el instrumento adecuado para contar historias, ni para pintar cuadros, y pretender reducirla a eso me parece un crimen de lesa musicalidad.

Cigarra dijo...

¡Pobre Odd Librarian, casi ahogado entre la verborrea de unos y otros!
Que yo no quiero que prohiban la ópera, oiga. (Me acuerdo siempre del pobre francés de "Belle Epoque" que seguía a la mujer de F. F. Gómez financiandole los espectaculos de zarzuela y diciendo desesperado: "¿Cuándo la van a prohibir, la puta zarrrzuela?")
Diga usted que si, que lo fundamental es el sentido del humor. Por eso yo tengo que confesar que gustarme, gustarme, me gustan el tango y la copla española. Me echo unas risas tremendas cuando escucho "La cieguita". Y no digamos nada con "La falsa monea".