Aunque parezca que el asfalto y los baldosines lo recubren todo, de pronto en medio de una acera concurrida, se puede encontrar este recordatorio de que por debajo de nuestros pies, se extienden las raíces de los árboles. En esa guerra que parece perdida frente al cemento invasor, de vez en cuando lo vegetal gana una pequeña batalla.
10 comentarios:
“Debajo de los adoquines está la playa”, pintaban por las paredes los estudiantes de la Sorbona en aquel Mayo del 68 en el que (y del que) se dijeron tantas mentiras, entre ellas esta.
Porque era mentira, no estaba. La playa, ese lugar mítico del despendole idílico, está y estaba donde siempre ha estado, al extremo de las pulcras carreteras pagadas por los impuestos de los burgueses, al final de once meses de trabajo aburrido y alienante, en su previsible rinconcito de veintidós días hábiles con duchas, chiringuitos y rampas para minusválidos. En La Playa, vaya, y en ningún otro sitio. Donde debe estar.
Lo que está debajo de los adoquines es, efectivamente, esto: las invasoras, ellas sí, raices de los árboles; las oscuras, ciegas y destructivas fuerzas de la naturaleza nunca del todo sometidas al orden habitable que imponen el cemento, los semáforos, el agua corriente, las bibliotecas, la convivencia civilizada y la cives, en general; la subversiva e insomne amenaza que lo salvaje, lo primitivo y lo caótico nunca dejan de ejercer contra las precarias, preciosas e insustituibles construcciones de lo específicamente humano.
La ciudad, como proyección que es del hombre, no es tampoco más que una caña, y por más que sea una caña que piensa, y que, llegado el caso, sepa que se muere y por qué, no deja de estar siempre al borde del aplastamiento a manos de las fuerzas de la naturaleza, que ignorarán por qué lo hacen, pero lo mismo se la zamparán en cuanto bajemos la guardia un tanto así. Hormigón, pues, en esas peligrosas raíces, y que no falte. Hormigón, balsosas e Impuesto sobre Vehículos de Tracción Mecánica.
(“El campo, ese espantoso lugar donde los pájaros están crudos”.)
¿Me ha quedado un comentario suficientemente repugnante?
Mientras lo leía estaba pensando: "Vanbrugh, que te den", pero al llegar a lo de los pájaros crudos me ha dado tal ataque de risa, que te he tenido que perdonar. La verdad es que hoy no me había reido casi y me ha venido bien.
Qué lástima, qué lástima. Lo de los pájaros crudos es lo único que no es mío, creo que es de Anatole France, que comparte con Wilde y Shaw la autoría de todo lo que en realidad nadie sabe quién ha dicho. Bueno, y lo de la caña que piensa, que era de Pascal, claro. Con Montaigne, los France-Wilde-Shaw de su siglo. Que les den también a ellos, indiscriminadamente. Dios distinguirá a los suyos.
Esas raices invasoras justifican a los concejales de turno para proceder a la tala de los ejemplares más viejos: esto es lo que pasa en mi pueblo. ¿Alguien puede llegar a imaginarse lo que habrá sufrido ese árbol? Seguro que las raíces han notado un dolor más lacerante e intenso que el que producen unos zapatos de tacón de aguja o unos hermosos juanetes, vamos digo yo.
Tranquila, Francisca, lo que han sufrido esos árboles es, en efecto, inimaginable: no tienen sistema nervioso.
¿Has sido árbol, Vanbrugh, para saber si sufren o no?
Yo estoy segura de que los árboles sufren. Están vivos. Lo que ocurre es que no pueden quejarse. A mí me parece que el asfalto no es un medio muy natural y deben pasarlo muy mal. Se adaptan como pueden: eso es todo. Ten en cuenta que yo soy animista, o como si lo fuera.
La ciencia no lo sabe todo.
No te preocupes, Francisca. Cuando las civilizaciones se derrumban, la vida vegetal (la única productiva sobre el planeta, todos los ánimales somos mas o menos parásitos, no producimos nada mas que desperdicios) vuelve por sus fueros y coloniza, desmonta y recubre los restos del paso de los humanos. Mira sino las ruinas Mayas, y otras por el estilo.
El triunfo final es del árbol. O al menos, de la hiedra.
No sé, Anónimo. No sé si he sido árbol alguna vez. No sé si no estoy siéndolo ahora mismo. No sé si esto que me pasa, mi vida, no es precisamente en lo que consiste ser, por ejemplo, el árbol de la esquina de mi casa. Y no puedo saberlo porque, insisto, los árboles NO tienen sistema nervioso - esto SÍ lo sé - y, por tanto, carecen del órgano necesario para saber que son, para sufrir y para muchas otras cosas. A lo mejor todos nosotros somos ese árbol, a lo mejor todos los árboles son yo, a lo mejor somos cada uno un árbol. Sinceramente no me parece probable, pero sobre todo lo que pasa es que no me importa. Tu pregunta pertenece a un género de preguntas tan vistosas como inútiles, que suenan unas cien veces más de lo que quieren decir.
Cigarra querida, tus afirmaciones de que la vida vegetal es la única productiva sobre el planeta y de que los animales, particularmente los hombres, no producimos más que desperdicios, son, por bondadosamente que las consideremos, como mínimo dos bobadas de buen tamaño. Reconsidéralas, plis.
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