Mi visión de Viena tuvo que ser fugaz, a la fuerza, ya que 24 horas no son suficientes para abarcar una ciudad con tanta historia, tanto arte y tanta vida.
Cinco imágenes, cinco puntos de vista:
Esta reja cierra la entrada al Hofburg desde la plaza de San Miguel, frente a la casa Loos, aquella que desagradaba tanto a Francisco José por su sobriedad decorativa, que mandó cerrar todas las ventanas que daban a la plaza, y nunca salía del palacio por esta puerta, para no verla.
Se comprende, viendo este alarde de decoración recargada, que su gusto estético iba por otros derroteros.
En el momento en que yo entraba por esta puerta, un músico de los muchos de llenan las calles de Viena con su arte a cambio de unas monedas, tocaba en su violonchelo el "Adios a la vida" de Tosca. Un detalle musical perfecto en ese ambiente.
Los fiacres esperan junto a la Catedral la llegada de los turistas que quieran recorrer las calles de Viena sintiéndose tan decimonónicos y románticos como los vieneses del S XIX
La imagen de los cocheros, con grandes bigotes, bombín y esclavina, a veces se distorsiona con un teléfono móvil pegado a la oreja de alguno de ellos.
El tejado de la Catedral de San Esteban ha sido perfectamente reconstruido tras los destrozos de las guerras que asolaron Europa en el S. XX.
En su interior tuve ocasión de disfrutar de una misa cantada de Hummel, con coro, orquesta y órgano, y la propina de un "Ave María" de Cesar Frank, maravillosa. Aunque sólo hubiera sido por ese rato, el viaje habría merecido la pena.
La tarde anterior escuché un concierto de órgano en la iglesia de San Pedro, de modo que Viena ha cumplido mis expectativas musicales totalmente. No se puede pedir más en sólo 24 horas
No tuve ocasión de llegar hasta el Prater (hay que dejar algo para el próximo viaje) pero el otoño lucía con todo su esplendor en el Stadtpark, el parque de la ciudad que flanquea el río Wien, un pequeño afluente que desemboca en el Canal del Danubio por el lado mas meridional del Ring.
Tuve la suerte de disfrutar de unos rayos de sol tras una lluvia que parecía pensada para sacar brillo al mundo.
Y esta es la fachada del hotel donde me alojé, la Pensión Pertschy, altamente recomendable por lo bonito que es el edificio, pero sobre todo por la ubicación, en una bocacalle del Graben, a dos pasos de la Catedral de San Esteban y del Hofburg, la residencia imperial.
La habitación, monísima, coqueta y rococó, todo cremas y rosas, muy vienesa, pero con todas las comodidades necesarias, y con muy buena calefacción, que con el frío que hacía era muy de agradecer. Y el precio, estupendo, muy razonable en una ciudad carísima, en todos los aspectos.
En resumen, que me ha salido todo "à demander de bouche" como vulgarmente se dice, y me he ido encantada, y con unas ganas locas de volver en primavera o verano, cuando los días sean mas largos, y los jardines estén florecidos.
2 comentarios:
Loos era el que escribió "Ornamento y delito". En Viena lo debía pasar mal, el hombre.
Qué envidia das, oye.
Todos sabemos que uno de los principales alicientes de viajar está en la envidia que sabemos que vamos a suscitar en los demás a la vuelta. Por eso no he hablado del catarro que me pillé en Viena, y que me tiene los oídos a la miseria. Que con eso no doy envidia
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