jueves, 6 de septiembre de 2007

Ventanas de La Vera


Si aún no conocéis la Comarca de La Vera, os invito a que os acerquéis a descubrirla en cuanto tengáis algo de tiempo. El macizo de Gredos se levanta como una muralla entre los valles del Tormes, al norte y el Tietar, al sur; y los pueblos que suben por las laderas meridionales, y que se esconden en las gargantas formadas por los torrentes que bajan desde las alturas, disfrutan de un clima tan delicioso que, siendo serranos y teniendo las nieves a un paso, pueden cultivar tabaco y adornar sus calles con naranjos en flor y buganvillas.


Entremos por el casco antiguo de Villanueva de la Vera:





La mayoría de las casas lucen dinteles decorados con inscripciones en las que consta el nombre del dueño, la fecha de construcción o jaculatorias como ésta:





Como eran fechas próximas a San Roque, las calles estaban adornadas con banderitas.
Esta es la plaza mayor de Villanueva de la Vera.


Ventanucas humildes...



...o llenas de empaque



...sobre puertas de dintel labrado.



Balcones señoriales...







... junto a fachadas semiabandonadas




Algunas sugieren princesas de cuento o madres abadesas...



Esta, simplemente, que su dueño es pescador y quiso aprovechar una bota inservible




Subiendo desde Cuacos se llega a un lugar tan cargado de historia que impresiona. En el Monasterio de Yuste vino a pasar sus últimos meses de vida el que entonces era dueño de medio mundo: el Emperador Carlos V. Abatido por los achaques, envejecido a una edad que ahora nos parece la plenitud de la vida, con 56 años se hizo traer hasta aquí en una silla de manos, que aún se conserva, especialmente acondicionada para que no le hiciesen sufrir demasiado los dolores de la gota que le martirizaba desde su juventud. Alli se pueden visitar las cuatro o cinco estancias sobriamente amuebladas (quizá no fueran tan sobrias en aquellos tiempos), la cama rodeada de terciopelos negros en señal de luto por su esposa Isabel, desde la que podía seguir la misa, como luego copiaría su hijo Felipe en El Escorial, el cuartito donde le fue presentado Jeromín, su hijo bastardo, que pasaría a la historia como D. Juan de Austria. Quizá los objetos y el mobiliario no fueran así entonces, pero lo que no ha debido variar demasiado es el panorama que contemplaba cuando se sentaba en la terraza cubierta, un amplio porche frente al que se abre el horizonte de las tierras de Cáceres, paisaje plácido que sigue incitando a sentarse horas y horas sin hacer nada mas que contemplar y meditar. Un buen lugar para acabar una vida tan ajetreada.




En el cercano pueblo de Garganta la Olla pasaban sus horas de asueto los soldados de su guardia, los lansquenetes curtidos en las guerras de Italia y Alemania, que para no aburrirse frecuentaban algunas casas cuyas fachadas estaban pintadas de azul añil, para que nadie se confundiese acerca de las actividades allí desarrolladas. Y como darían bastante trabajo a la justicia local, hubo que crear una Cárcel Pública, que fue remozada en 1840

Pero la mayoría de las casas eran más decentes y se ponían bajo la advocación de algún Santo o alguna Virgen, como indican las inscripciones de este dintel

O de esta ventana


Una muestra florida de la suavidad del clima en Garganta la Olla


La casa mas sorprendente de la localidad. Así es de perfil


Y así es de frente. Media casa se sostiene en voladizo sobre un unico punto, mediante esas tres vigas convergentes. La Casa de la Peña, no se podía llamar de otra manera. Pero yo no se si estaría tranquila durmiendo en esa habitación, teniendo en cuenta que tiene mas de 200 años...



En una misma fachada se encuentra la ventana labrada en piedra con las vigas tradicionales que sostienen el muro de ladrillos o adobes



Y saliendo de la Comarca de la Vera hacia el Norte, cruzamos el valle del Jerte y nos adentramos en las tierras de Las Hurdes, antaño conocidas por su desamparo y aislamiento.
Felizmente las cosas han cambiado para mucho mejor, pero en algunos lugares, como en Casar de las Hurdes, conservan aún algunas viviendas antiguas, de las que conoció el rey Alfonso XIII en su famoso viaje por estas tierras.


Ya son sólamente restos conservados como testimonio de otras épocas, afortunadamente superadas, pero su valor antropológico es grande.


Al pie de estas casas corre un río de aguas claras, remansado en piscinas naturales, donde se estaban bañando los niños del pueblo, con sus bicis, sus colchonetas, sus i-pods y sus play-stations. La modernidad ha transformado totalmente las duras condiciones de vida que reflejaba el documental de Buñuel.
Y después de tomarnos un estupendo café (uno de los mejores del viaje) seguimos hacia Ciudad Rodrigo, nuestra siguiente meta. Pero, como diría Sebastian, esa es otra historia.


5 comentarios:

Franziska dijo...

¡Qué bonito viaje y qué buenas fotos! Las vigas inclinadas son típicas de las construcciones medievales aunque esa edificación es más compleja por las posiciones de las diferentes vigas. Tomo buena nota. Se lo diré el próximo domingo a mis hijos, a ver si alguno se anima.

Pasitos de bebe dijo...

Me han encantado las fotos, precioso el pueblito, buen lugar para perderse durtante un puente : )

La Uge dijo...

Mola mazo

Anónimo dijo...

Buenas fotos, y los comentarios sobre la historia de cada lugar, que las acompañan. Estupendo reportaje.

Anónimo dijo...

Cuando volváis a Yuste, no os perdáis el Cementerio de los Alemanes. Aprovechando que Carlos era Emperador de allí, han enterrado a su vera (nunca mejor dicho) a todos los militares alemanes que, por un motivo u otro, han fallecido en territorio español durante el último siglo y pico: tripulantes de barcos hundidos o rescatados en aguas españolas, pilotos de aviones derribados o aterrizados de urgencia en suelo español... (no sé si habrá también legionarios de la Cóndor, no soy tan morboso como para ponerme a averiguarlo, pero no sería mala idea hacerlo). El sitio resulta ser un lugar apacible, melancólico y nada siniestro, un montón de tumbas sencillitas, simples lápidas grises entre la hierba verde, en el que solo estremece un poco comprobar la edad de la mayoría de los muertos: dieciocho años, veinte años, veintidós años... y a mi, a lo mejor por alguna característica morbosa de mi personalidad, me encantó.