martes, 27 de abril de 2010

Crónicas Siriacas IV

Cuarto Día. Miércoles

Hoy permaneceremos todo el día en Alepo pero hacemos una pequeña escapada hacia el norte de la ciudad en dirección a Qalat Siman, o lo que es lo mismo, las ruinas de la Basílica de San Simeón Estilita, que pasó más de media vida encaramado en una columna. (A mi siempre me ha parecido una manera muy especial de llegar a la santidad, pero ya lo decía Matonkiki, “Debe zer zanta porque ez muy rara”) Mientras vamos en el autocar recorriendo los pocos kilómetros que separan Alepo de ese lugar, Ahmet, nuestro guía, nos hace un relato de la historia y la vida de San Simeón, (muy similar a la que aparece en el enlace superior) y consigue que nos pongamos en la mentalidad de una época y un modo de vida muy distintos a los actuales, que ayuda a explicarse una opción de vida tan singular. Bien mirado, en muchos lugares y en muchas culturas ha habido y hay ascetas, contemplativos, yoguis, gurús o como se les denomine en cada caso, que parecen olvidarse de su cuerpo material sumidos en distintos tipos de oración o contemplación. Tiene que haber de todo en esta vida. Y una vez más, con ocasión de estas explicaciones, Ahmet nos da muestras de su erudición, de su conocimiento de la historia, el arte, las herejías, los concilios y de su gran respeto por las creencias más diversas, aunque no las comparta.


Sobre una altura que domina les estribaciones del macizo calcáreo donde se sitúan las ciudades muertas (se ven algunas ruinas allí a lo lejos), hacia el norte un valle lleno de verdor, con montañas al fondo y cerca de la frontera con Turquía, hay una gran explanada donde se levantan las ruinas del que fue uno de los centros de peregrinación más importantes del Imperio Bizantino, en los siglos V y VI de nuestra era.

En torno a la columna donde estuvo San Simeón los treintaitantos últimos años de su vida se edificó una basílica muy original, porque en realidad son cuatro basílicas que crean una cruz latina con la columna (o lo que queda de ella) en el centro de un octógono al que se abren las cuatro. (Se aprecia perfectamente en Google Earth: coordenadas 36º 20’ 03’’ N / 36º 50’ 40’’ E) Cada una de las basílicas, de tres naves, por si sola, hubiera sido un templo considerable. Las cuatro juntas forman una edificación monumental, aunque ya no se conservan las cubiertas y muchos de los muros han caído. Aparte de las invasiones y las guerras, toda esta zona es de gran actividad sísmica y ha sufrido terremotos de diversa intensidad. Además de la Basílica hay restos de un convento adosado, con una capilla funeraria (excavada en un solo bloque de roca, impresionante) y un baptisterio. El conjunto debió ser enorme, y como ocurrió con tantos otros lugares similares acabó convertido en fortaleza en los siglos difíciles de las invasiones procedentes de oriente, primero, y luego en las guerras contra los cruzados. De hecho la palabra Qalat significa castillo o fortaleza, Si se piensa en todo lo que ha ocurrido desde el S. V lo asombroso es que aún quede algo en pie.


Ahmet nos hace fijarnos en las peculiaridades del arte Bizantino, los capiteles corintios con las hojas torcidas como si las agitase el viento, las ventanas enmarcadas por cenefas que recorren las fachadas, los distintos tipos de cruces esculpidos en arcos y dinteles, la latina, la griega, la de Malta, la bizantina, la siríaca, etc




Un vendedor de flores.


No es el ciprés de Silos, pero no tiene nada que envidiarle


Hace una mañana espléndida, de un frescor muy agradable, se oye cantar a toda clase de pájaros, hay unas flores rojas entre la hierba que al principio me parecen amapolas, pero pronto compruebo que son anémonas, brillantes como si estuvieran esmaltadas, y en general se respira una paz y un sosiego que hacen verdaderamente comprensible que cualquiera se dedique a la vida contemplativa en un entorno así.



Atravesar Alepo a las 12 de la mañana significa zambullirse en un atasco considerable, pero eso no es problema para nuestro experto chofer, Swidan, y llegamos a la Ciudadela de Alepo, nuestro próximo objetivo, en relativo poco tiempo.

La Ciudadela de Alepo es más que un castillo; es una edificación formidable, que domina la ciudad desde su altura y que destaca como un inmenso ombligo ovalado en las fotos por satélite en Google Earth (36º11’55’’N / 37º09’42’’E). Rodeada por un foso descomunal y abrazada por su muralla, guarda en su interior una ciudad con sitio para la guarnición militar, el palacio del gobierno con su parte pública y privada, mezquitas y viviendas. Pero la primera aproximación es definitiva: Antes de cruzar el foso hay una torre albarrana que protege la primera puerta


Una vez que se atraviesa esa entrada la mole impresionante de la ciudadela nos abruma con su presencia desmesurada. Es un efecto teatral totalmente conseguido. La impresión de poder, de fuerza y de inexpugnabilidad es enorme. Uno sube la rampa de aproximación a la puerta principal poniéndose en el papel de un invasor, un súbdito, un prisionero que entraran en ese lugar, y piensa que debía hacer falta mucho valor. Sólo he experimentado una sensación similar de “Dios coja confesado al que no se acerque aquí con buenas intenciones” en el Castello Sforzesco de Milán. Hay lugares que están hechos para minimizar al que se acerca, y lo consiguen. Queda perfectamente claro quién manda allí.






De todas formas, a todo hay quien gane. A mediados del s. XIII de nuestra era, en torno a 1260, los mongoles se expandieron hacia el oeste y entraron, arrasando, en Siria. Y cuando llegaron a Alepo y vieron que el foso era un obstáculo importante para tomar la ciudadela, ingeniaron la solución más cómoda: asesinaron a 30.000 prisioneros y rellenaron el foso con sus cuerpos. Y luego no tuvieron más que pasar por encima. Sobra decir que esta vez, la ciudadela sí fue tomada, aunque había resistido ataques durante siglos.




De hecho, la decoración de la puerta principal es un motivo que se repite insistentemente: una herradura con una flecha dentro. Hay casi doscientas de estas herraduras con la abertura hacia abajo, y sólo una al revés, con la abertura para arriba. Eso simboliza que sólo hay una oportunidad entre doscientas de tomar esa ciudadela. Los mongoles aprovecharon esa oportunidad, según parece.





Como en ese detalle, Ahmet nos hace fijarnos en símbolos, que nos pasarían desapercibidos si no los señalase: los leones sobre la puerta inclinados ante un lirio, simbolizan al poder militar que protege al trono; Las serpientes que se enroscan sobre la puerta marcan los límites de una zona protegida; la puerta de acceso principal no está de frente a la rampa, para que no se puedan utilizar arietes, y está situada a la derecha del que entra, para que sea más fácil el manejo de la espada de los que la defienden y más difícil para los que atacan…¡todo estaba pensado!


Y nos internamos en el recinto, que como en tantos otros Tells o colinas, debe en parte su altura a la acumulación de restos muy anteriores a la construcción de la Ciudadela árabe: hay zonas que están siendo excavadas, en el interior, en donde se comprueba la existencia de capas superpuestas de ciudades bizantinas, romanas, amorritas, fenicias, hasta ni se sabe cuándo. No en vano Alepo le disputa a Damasco el título de “ciudad habitada continuamente desde más tiempo”; más de 4000 años, desde luego. (¡Y aquí llamamos “Madrid antiguo” a la zona de los Austrias, que tendrá como mucho 400 o 500 años!).





Recorremos calles, fortificaciones, una de las mezquitas, el Palacio, tanto en su zona administrativa como en su zona privada. La construcción juega mucho con dos clases de piedra, caliza blanca y basalto negro, consiguiendo contrastes cromáticos de mucho efecto estético. Es algo que nos suena familiar a los que tenemos en nuestro país monumentos como la Mezquita de Córdoba o el Arco de Alcántara.


Vemos que las niñas llevan la cabeza descubierta hasta la adolescencia. Y a raíz de esta observación surge en el grupo la conversación sobre el tema del velo, y es cuando Ahmet nos hace esas reflexiones, sobre la repercusión que ha tenido lo de las Torres Gemelas en una vuelta masiva al uso del velo por parte de las mujeres. De todas formas, desde nuestra óptica occidental, razonablemente feminista, nos sigue pareciendo una discriminación evidente que el problema sea cómo visten las mujeres, y que las mujeres sean ocasión de pecado para el hombre. ¿No hay normas estrictas sobre cómo deben vestir los hombres? ¿Es que los hombres no son ocasión de pecado para las mujeres? Una vez mas es evidente que el mundo está hecho por y para los hombres, y las mujeres son objetos secundarios que existen en función de su papel con respecto a ellos. Y esta es una crítica que no puede dejar de hacérsele al Islam, porque esta situación es más acentuada aquí que en muchos otros sitios y perpetúa un rol de la mujer como secundaria y dependiente del hombre.


No serán burkas, pero ¿cómo se puede ver el mundo desde detrás de un velo negro tupido?
Hasta las manos lleva cubiertas con guantes negros ¿será así también en el calor de agosto?




Hemos comido tardísimo y con calma. Está atardeciendo y ha refrescado, pero nos damos una vuelta callejeando por este barrio armenio, que es muy bonito. En todas estas ciudades, con ser diferentes y orientales, se encuentran sin embargo, rincones y callejones que pueden recordar a otros equivalentes de algunas de nuestras ciudades históricas, Cáceres, La Alberca, Albarracín. No caben dudas sobre la herencia.






Un vendedor de té a la entrada de la Gran Mezquita de Alepo
Otro sirio rubio, como el vendedor de flores de Qalat Simán



El minarete de la Gran Mezquita de Alepo


Vamos a la Gran Mezquita que no es tan grande como la de Damasco, pero por ahí le anda. En cambio hay menos turistas por lo que da más impresión de lugar de recogimiento y oración. Como es preceptivo para entrar dejamos nuestros zapatos (aquí hay menos follón de gente y los dejamos en una especie de guarda-calzados que hay a la entrada) y nos ponemos las correspondientes chilabas con capucha. En el interior hay un imán rodeado de estudiantes recitando el Corán con la cantinela que le es propia. Nosotros también nos sentamos en el suelo (¡un descansito!) y escuchamos a Ahmet, como si fuera nuestro imán, que nos cuenta que esa recitación del Corán salmodiado siempre de la misma manera es uno de los fundamentos de la pervivencia y la unidad de la lengua árabe en todo el ámbito islámico, que es enorme y multilingüe; no olvidemos que llega desde Indonesia hasta Marruecos. Pero esa presencia constante del árabe clásico del Corán, unifica y permite la comprensión mayor o menor de todo ese mundo. A la salida, ya anochecido, escuchamos la última llamada del muecín, con toda su fuerza y su musicalidad.



Vamos al Zoco, y damos unas vueltas por las tiendas, que llevamos mucho tiempo sin hacer gasto, y las libras sirias nos queman los bolsillos. Hay pañuelos de seda, pulseritas, collares, y sobre todo, jabones. El famoso jabón de Alepo, fabricado con aceite de oliva y laurel. Como somos muchos y muy pesados nos eternizamos por los puestos y no nos cunde nada, pero la sola visión del Zoco merece la pena. Hay, según dicen, 14 km de calles cubiertas con bóvedas de piedra, con los comercios agrupados por gremios, el zoco del oro, el de las pieles, las telas, las especias, las alfombras, y se ve que, aunque el turismo es frecuente, son tiendas para los habitantes de la ciudad, no como en otros lugares que lo que predomina es el “souvenir” y la artesanía apresurada para turistas. Las tiendas son abigarradas, se acumulan las mercancías en espacios minúsculos. Cubículos llenos hasta arriba de telas de colores chillones, ropas con lentejuelas, encajes, plumas y volantes, que otra vez nos chocan por el contraste con las compradoras, cubiertas de negro; e incluso vemos algunas de las que se tapan la cara con un velo, inclinándose y levantando un poco el velo, porque es imposible que vean lo que están comprando a través de esa gasa tupida.



El Zoco de las telas



Aqui , alfombras y objetos de metal


Nos llaman mucho la atención los puestos de especias, con su acumulación de colores y olores insospechados, flores, semillas, frutos secos, todo en primorosos montoncitos, colocaditos en sacos. La miel se vende en panales enteros, con sus celdillas de cera y todo, y la vaselina en enormes masas blancas con las que llenan el tarro del tamaño que tú quieras.






En la tienda de los jabones nos volvemos locos y nos los llevamos por docenas. Luego vemos que tiene un cartel (tosco, hecho a mano sobre un cartón) en el que anuncia que es la mejor del zoco y que así lo acredita la guía Lonely Planet, incluso con indicación de cuál es la página de la edición española en que aparece la tienda



Nos impresiona ver las carnicerías con el animal colgando de un gancho a la vista del público, y de las moscas, por cierto. Ahora estamos en primavera, esperemos que con los calores metan el género en la cámara. Si es que tienen cámara.



Con estas bóvedas de piedra se cubren los 14 km de calles, callejuelas y callejones que forman el Zoco de Alepo



Alepo de noche y con luna llena desde mi ventana



Mañana ¡El Krac de los Caballeros!

2 comentarios:

Gelasio dijo...

Preciosas la tercera -que no había leído- y cuarta entrega. Te confieso que ignoraba hasta que existiera Alepo, una ciudad que me ha parecido maravillosa. Me piraba para allá ahorita mismo.
Pues, si se me suministrara una paletilla ibérica "Joselito", yo aguantaba un par de semanitas en plan Simeón el Estilita, fijo.¿que no?

Besazo y enhorabuena por tanta amenidad.

Lansky dijo...

5ª foto, el rosetón representa, en Alepo y en la Maragatería, la rueda de carro (confundida con la solar), símbolo de los arrieros y los intercambios comerciales, las caravanas...etc.

Foto que no está y debería: nuestro pino carrasco, que bautizó Linneo como Pinus halepensis, esto es, pino de "Alepo" (por Dios!, cómo nos parecemos a ellos hasta en los pinos)

2ª foto, ¡qué tía más buena! (con permiso del ingeniero)