Amanecemos en Hama, arrullados por las voces de los muecines que llaman a la oración a los buenos musulmanes. Nosotros, afortunadamente, podemos darnos la vuelta en la cama y seguir durmiendo hasta horas más prudenciales.
Pero no hasta muy tarde, porque nos esperan las famosas norias que suben agua del río Orontes hasta las canalizaciones que convierten toda la comarca circundante en un vergel de vegetación.
Estas norias datan de la Edad Media, y de entonces se conservan 16, todavía en activo. Tenemos mala suerte, porque a pesar de estar en primavera el Orontes (el río rebelde, que corre de sur a norte) no lleva suficiente agua para que las podamos ver girar y escuchar su chirrido.
Estas norias que dan fama a la ciudad son una parte más de la riquísima herencia que los árabes recibieron de la antigüedad y transmitieron a toda la cuenca del Mediterráneo. En esa cultura de sabio aprovechamiento del agua se basan nuestras huertas levantinas, y rememorando esa herencia, cuando tuvo lugar la Expo de Zaragoza dedicada al agua, en 2008, se construyó y colocó a orillas del Ebro una auténtica noria siria de 16 metros de diámetro, construida por artesanos sirios siguiendo la tradición de sus antepasados. Fabricada enteramente en madera, excepto algunos clavos, precisa de cinco clases distintas de árboles: castaño, nogal, albaricoquero, chopo y morera, y está hecha totalmente a mano. Según cuenta un artículo publicado en la revista Técnica Industrial “No se usan planos, ni croquis, ni apuntes, ni nada, todo se hace según la tradición transmitida oralmente” La noria se fabricó en Siria, se trajo desmontada a España y se volvió a montar en Zaragoza y a su alrededor se plantaron siete ejemplares de cada uno de los cinco tipos de árboles que habían sido utilizados para construirla. Un testimonio más de los lazos que tienen en común las orillas más distantes del Mediterráneo.
Las norias que hay junto a la mezquita construida por el sultán Nur al Din Zangui, o Nuredin en el S. XII
Desde Hama, subimos un poco más hacia el norte, siguiendo el río más o menos, hasta Apamea, donde se conservan unas ruinas romanas extraordinarias. Apenas se ha excavado un 5% de lo que se supone que puede haber debajo de la tierra, pero lo que se ha sacado a luz da idea de la importancia de aquella ciudad. Lo más famoso y llamativo es la columnata que se extiende en línea recta a lo largo de casi dos kilómetros
Este Cardo Máximo que va de norte a sur, es aún más largo que el de Palmira, aunque aquí no se conservan tantos edificios en pie, y de una anchura excepcional pues la calzada central tenía 22,5 metros, y con los pórticos laterales llegaba a los 37,5 m.
En Apamea podemos ver las primeras amapolas florecidas de esta primavera. En nuestras latitudes aún se harán esperar algo más. Y con más motivo, este año que hemos padecido un invierno tan largo y tan antipático.
Se puede tener una idea bastante aproximada de la gran extensión que pudo tener la ciudad buscándolo en Google Earth en las coordenadas 35º25’00,94’’N / 36º24’05,82’’ E. En la fotografía por satélite se aprecia perfectamente por dónde iba la muralla que rodeaba la ciudad
Nuevamente nuestro guía Ahmet hace alarde de erudición y lo mismo nos hace un cuadro general de la importancia que pudo tener esa ciudad en época romana, como nos hace prestar atención a los detalles de los capiteles, de las columnas o de los relieves caídos entre la maleza.
Al final de la columnata, en el extremo más próximo a la puerta sur de la ciudad, reponemos fuerzas tomando unos refrescos en un bar y vemos a unas lugareñas que, con un horno muy sencillo, fabrican una especie de pizzas a la siria, unas tortas de pan untadas con una pasta roja (el color es más debido al pimentón que al tomate, deducimos) que no sabemos muy bien lo que tienen, pero están buenísimas, así recién hechas y nos las comemos con gran contento, porque la hora de comer ya está cerca y hoy hemos madrugado mucho.
No es cosa de desaprovechar los medios de transporte: en esta moto viajan el padre y tres hijos.
Por los arcenes de las carreteras vemos pasar rebaños conducidos por pastores que parecen salidos de un Nacimiento
Los sirios son muy aficionados a decorar sus vehículos, tanto los autobuses de pasajeros, como las cisternas que utilizan para transportar agua.
Después de comer seguimos viaje hacia una zona que se extiende por el noroeste del país, el llamado “Macizo calcáreo” donde se encuentran las ruinas de un gran número de ciudades que se despoblaron totalmente en época bizantina, en parte debido a los terremotos pero sobre todo, por el temor ante las invasiones sasánidas de los siglos VI y VII de nuestra era. Es una zona muy extensa de unos 40 km de ancho por 150 km de largo, que en esos siglos de expansión del imperio bizantino llegó a estar muy poblada, pues se encuentran ruinas de más de 500 núcleos de población, y lo más notable es que en algunos casos se han conservado los edificios sorprendentemente bien, lo que ha motivado que se llamen las “Ciudades Muertas”, ya que dan la impresión de haber sido abandonadas súbitamente.
Aquí vemos los que queda de lo que fue una almazara o molino de aceite, con los depósitos excavados en las piedras
Y en este mural la explicación de cómo debía ser cuando estaba en funcionamiento
En Serjilla, la que nosotros visitamos, hay bastantes casas que conservan los muros exteriores, e incluso cúpulas, arcos, almazaras, conducciones de agua, un edificio de baños y enterramientos. Subimos y bajamos por esas piedras inhóspitas (las del suelo) y asombrosas (las de las casas) entre un vientecillo cada vez más frío, aunque el sol aún calienta.
Como llegamos a Alepo a una hora razonable nos vamos a dar una vuelta por los zocos, que son un dédalo de 14 km. de calles, callejas y callejuelas cubiertas por bóvedas de piedra en las que se puede comprar casi cualquier cosa.
Incluso un regalo especialmente pensado para la suegra. Lo que no sabemos es si es para emplearlo en ella, o para que ella lo emplee en quien juzgue conveniente. Lo que está claro es que estos comerciantes están preparados para compradores de todas las nacionalidades y para cualquier necesidad.
Y con el aroma penetrante y delicioso de mil especias desconocidas que nos dan a probar en pizcas, nos despedimos del Zoco de Alepo, pero solo porque se ha hecho de noche y hay que volver al hotel. Nos proponemos volver mañana con más tiempo y descubrir todas sus posibilidades.
El caso es que hay que coger otros dos taxis para volver, ¡y no llevamos escrita la dirección del hotel! Pero no hay problema, tenemos el panfleto donde pone claramente Hotel Dedeman y una foto. Solo que el taxista no entiende los caracteres latinos, y la foto no es del hotel, sino de la Ciudadela, adonde nos deposita, diligente. Nosotras asomamos la cabeza y decimos: “No, no, esto no es” Y entonces caemos en la cuenta de la confusión con la foto. El no sabe una palabra de inglés, nosotras nada de árabe, entonces recordamos que en la tarjeta de abrir la habitación hay una foto del hotel y el da muestras de reconocerlo. Dice “Ah, ah, Sabasham” o algo así. Y nosotras, “Que no, que no, que Dedeman” Se para en una tienda, sale un muchacho que sabe inglés y asegura que si, que si, que Sabasham está bien. Nosotras, que habíamos apalabrado la carrera en 100 libras, ya no sabemos si nos va a llevar a nuestro hotel o a dónde. Aurora dice: “Si nos deja en cualquier hotel, le damos las 100 libras y nos bajamos. Y si nos deja en el nuestro le damos 200 ¿vale?” Resulta que es que el hotel ha cambiado de nombre; antes era el Saba Cham Hotel y ahora es Dedeman, y el taxista sabía lo que se pescaba. Nos ponemos tan contentas de vernos en nuestro destino que le atizamos las 200 libras, y ahí viene lo mejor: el taxista ¡no nos quiere coger nada de dinero! Como para no creérselo. Al final le insistimos tanto que coge el dinero y se va tan contento, diciendo “Shukran, shukran” (gracias). Los del otro taxi tienen una aventura parecida, porque su taxista tira por la calle de en medio y opta por ir pasando por los hoteles típicos de turistas, hasta que a la tercera, acierta con el que es. En cualquier caso, la experiencia con los taxistas sirios, aunque algo aventurera, resulta satisfactoria.
En Serjilla, la que nosotros visitamos, hay bastantes casas que conservan los muros exteriores, e incluso cúpulas, arcos, almazaras, conducciones de agua, un edificio de baños y enterramientos. Subimos y bajamos por esas piedras inhóspitas (las del suelo) y asombrosas (las de las casas) entre un vientecillo cada vez más frío, aunque el sol aún calienta.
Como llegamos a Alepo a una hora razonable nos vamos a dar una vuelta por los zocos, que son un dédalo de 14 km. de calles, callejas y callejuelas cubiertas por bóvedas de piedra en las que se puede comprar casi cualquier cosa.
Incluso un regalo especialmente pensado para la suegra. Lo que no sabemos es si es para emplearlo en ella, o para que ella lo emplee en quien juzgue conveniente. Lo que está claro es que estos comerciantes están preparados para compradores de todas las nacionalidades y para cualquier necesidad.
Y con el aroma penetrante y delicioso de mil especias desconocidas que nos dan a probar en pizcas, nos despedimos del Zoco de Alepo, pero solo porque se ha hecho de noche y hay que volver al hotel. Nos proponemos volver mañana con más tiempo y descubrir todas sus posibilidades.
El caso es que hay que coger otros dos taxis para volver, ¡y no llevamos escrita la dirección del hotel! Pero no hay problema, tenemos el panfleto donde pone claramente Hotel Dedeman y una foto. Solo que el taxista no entiende los caracteres latinos, y la foto no es del hotel, sino de la Ciudadela, adonde nos deposita, diligente. Nosotras asomamos la cabeza y decimos: “No, no, esto no es” Y entonces caemos en la cuenta de la confusión con la foto. El no sabe una palabra de inglés, nosotras nada de árabe, entonces recordamos que en la tarjeta de abrir la habitación hay una foto del hotel y el da muestras de reconocerlo. Dice “Ah, ah, Sabasham” o algo así. Y nosotras, “Que no, que no, que Dedeman” Se para en una tienda, sale un muchacho que sabe inglés y asegura que si, que si, que Sabasham está bien. Nosotras, que habíamos apalabrado la carrera en 100 libras, ya no sabemos si nos va a llevar a nuestro hotel o a dónde. Aurora dice: “Si nos deja en cualquier hotel, le damos las 100 libras y nos bajamos. Y si nos deja en el nuestro le damos 200 ¿vale?” Resulta que es que el hotel ha cambiado de nombre; antes era el Saba Cham Hotel y ahora es Dedeman, y el taxista sabía lo que se pescaba. Nos ponemos tan contentas de vernos en nuestro destino que le atizamos las 200 libras, y ahí viene lo mejor: el taxista ¡no nos quiere coger nada de dinero! Como para no creérselo. Al final le insistimos tanto que coge el dinero y se va tan contento, diciendo “Shukran, shukran” (gracias). Los del otro taxi tienen una aventura parecida, porque su taxista tira por la calle de en medio y opta por ir pasando por los hoteles típicos de turistas, hasta que a la tercera, acierta con el que es. En cualquier caso, la experiencia con los taxistas sirios, aunque algo aventurera, resulta satisfactoria.
Y con tantas emociones caemos en nuestras camas con auténtica gratitud. ¡Hasta mañana!
10 comentarios:
¡Esas norias! Idénticas a la que se conserva en el Guadalquivir en Córdoba.
¡Exactamente, en los Sotos de la Albolafia! Una prueba más de los lazos culturales e históricos que tenemos con el otro lado del Mediterráneo. La verdad es que me sentí como en casa. (Será porque en Leganés la mitad de las señoras llevan velo, como en Siria)
Por cierto, ya sé que resulta dificil resistirse a hacer fotos con la supercojocámara que te regalaron, y más visitando sitios así, pero...noto cierto descuido en tus fotos. De todas, sólo salvo por su composición la 3 (noria de cerca), y por tema la 16 (toldo) y 20 tractor con cisterna. La mayoría me parecen postales...
Bueno, te voy a confesar la verdad, en realidad no he ido. Estoy buscando postales de los sitios por internet y las pongo aquí para tirarme el pisto.
será el ratatui, que Siria fue colonia francesa
Me viene a la mente una escena de Bambi: "Tambor, si vas a decir algo desagradable mejor es que no digas nada"
Bambi era un asesino en serie a mi lado.
Creo que se llamaba Bambi Corleone.
Azofaifa, no me espantes a mi comentarista más distinguido (y casi único) que no se qué sería de mi sin su estímulo. Se va a enterar, en el próximo viaje, ni una postal le voy a mandar.
Bien, esto me pasa por ausentarme tanto tiempo de este maravilloso blog.
De momento, el título de (casi) único ya se lo estoy arrebatando con mi mera presencia. Y para arrebatarle el de más distinguido no creo que vaya a hacerme falta mucho más...
También yo me alejé de este blog, al que vuelvo ahora y DISFRUTO de tus crónicas y de tus fotos...
La del minarete embebido por la noria está genial, me encanta!
Iré marcha atrás para ponerme al día del periplo en el que te encuentras, querida Cigarra.
Un abrazo!
un sitio diferente
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