O esta torre sajona de hace mas de 1000 años:
En fin, un día luminoso, muy frío, pero soleado, que nos permitió apreciar los árboles en flor, la campiña inglesa en todo su esplendor de verdes diversos y los atascos que se organizan para entrar en Londres desde Oxford a las 7 de la tarde. Pero no nos importó porque así nos echamos una siestecita reparadora.
Y para despedirnos, una cena de sushi y otras exquisiteces japonesas en un restaurante de esos que tienen una barra con una cinta rodante que va y otra que viene, por donde circulan los platos, para que los comensales elijan con la vista lo que les apetece comer, y vayan escogiendo sobre la marcha. Luego el cobro está en función del color de los platillos que vas amontonando, ya vacíos: morado 1 libra, naranja 2 libras, rosa 3, y así siguiendo, según te indica la carta que te suministran. Es bastante arriesgado, porque los rollitos de arroz se distinguen bien y sabes mas o menos en qué consisten, pero hay cosas sospechosas que no sabes si serán picantes o no, si son de carne o de pescado o vaya usted a saber. Pero eso también forma parte del placer de comer en otro idioma, y para qué se viaja si no es para experimentar emociones nuevas. Y las gastronómicas no son las menores, ni mucho menos.
Al día siguiente solo quedó tiempo para una visita apresurada al Museo Victoria & Albert, que me pareció fascinante, y me puso los dientes largos. Pero hay que dejar algo para el próximo viaje, y ya el tiempo apuraba; tenía que haber cogido el tren que sale a las 14,30 de la estación Victoria y me encontré tomando el de las 15,15, así que llegué a Gattwick a las 15,45 con lo que solo faltaba una hora escasa para coger el avión de vuelta.
Mi niña Gloria me había cargado con un montón de cosas para aliviar su vuelta a Madrid la semana siguiente, y me traje una bolsa de mano llena de libros, y lo mejor de todo, una lata de conservas con una "delicatessen" griega que se empeñó en que probáramos: unas hojas de parra rellenas de arroz, que dice que está muy bueno. Total, que llego al control de equipajes, ya había facturado el maletón, que me perdonaron un kilo de peso que se pasaba, y la bolsa de mano era como un castigo, llena de libros, un neceser, el camisón y la famosa lata. Total que al pasar los Rayos X, detectaron algo metálico y con liquido, y me lo hicieron sacar todo, hasta que se convencieron de que era algo comestible, y hermético y me lo dejaron pasar, yo creo que porque no me vieron cara de terrorista, pero me tenían que ver explicándome en mi inglés (que es mío y de nadie más) que era un regalo de mi hija para su padre, y que si tal y que si cual (eso es lo que mejor digo en ingles, lo de tal y cual). Y a todas estas yo ya iba pegada de hora, porque en el tren de ir al aeropuerto me di cuenta de que no le había dado a Clara el abono transportes que ella podía aprovechar los días que quedaban de validez. Así que salté del tren a la carrera, empujando el carrito de los equipajes, porque ya sólo tenía una hora justa hasta la salida del avión, y hay que coger una lanzadera que te lleva de una terminal a otra, (5 o 10 minutos) facturar el equipaje (¡Una ansiedad, pensando que me pasaba de kilos y me iba a tener que poner a sacar cosas!) bajar corriendo a las tiendas, buscar un sobre y un sello, meter el abono transportes y el dinero que me sobraba, buscar un buzón para mandárselo por correo, y todavía me quedaba pasar el control del equipaje de mano; cuando se me pone el currito aquel a investigar qué pasa con la lata y yo pensando en los pasillos que tenía que recorrer hasta llegar a mi puerta de embarque, que aquello es inmenso. ¡Qué estrés, madre mía!. Cuando ya me ví en la puerta de embarque y que todavía no habían llamado, di un suspiro que me desinflé. No me sobraron mas que cinco minutos, pero llegué; ahora eso si, con un sofoco, que decía mi compañera de asiento "¿no notas frío en el avión?" y yo ¡tenía un acaloramiento! En fin, todo muy en mi línea habitual, por no "hacer mudanza en la costumbre" como dice el poeta. Pero ¡qué le va a hacer una, si precisamente a una le tenía que tocar ser como una misma, Felipe dixit!
Así que ya no les aburro mas y les agradezco la atención prestada. Muchos besos
4 comentarios:
Y a mí que me da penita que nos dejes de contar cosas de tu viaje... Era como estar un poco de vacaciones.
Bueno, en cuanto en cuanto organice un poco mejor las fotos, os sigo contando cosas, y si no es de este viaje, pues del anterior, que total, qué mas da que hayan pasado varios meses ¿a que si?
¡Qué bonito Oxford! No quiero desperdiciar la ocasión que me ofrece la Srta. Pepis de contar mi experiencia oxoniense, mientras voy o no voy escribiendo mis "Nuevas apuntaciones sueltas sobre Inglaterra". La cosa ocurrió en 1990, ha llovido ya, sobre todo allí. Yo pasaba un verano en Inglaterra, a eso de aprender el inglés, y con mi mochila a cuestas tomé como primera parada, desde Heathrow, la bella ciudad universitaria. Eran las cuatro de la tarde, el día acababa de comenzar como quien dice, tomé el autobús a Oxford y en menos de 2 horitas allí me planté. Me oriento, busco la oficina de turismo a ver si me podían recomedar un bed & breakfast donde apoyar la maleta, y localizo la oficina a eso de las 6 de la tarde: CERRADO. Cerrado, además, desde hacía una hora. Pero como me conocen habían dejado pegadito al cristal un listado de B&B de la localidad, con teléfonos y direcciones, y señalados en un plano local, para los latecomers. Como además daban los precios, empecé a mirar por abajo, por el más barato, claro, lo localizé en el plano (¡es esta misma calle de acá, todo será echarse a andar!) y me eché a andar con mi maleta de piel y mi paraguas de rayas. Caminé mis buenas dos horas sin que la numeración de la calle avanzara en apariencia, por esas cosas de la irrealidad cotidiana que tiene Oxford, no en vano allí a Lewis Carroll le daban esos calentones estivales que para qué te cuento, pero la cosa es que empezó a oscurecer y allí los paisanos escasean, de modo que no había a quién preguntar. Noté que un par de señoras, al verme pasar frente a sus rododendros, se asomaron discretamente por su ventana como si hubieran visto un húsar en un tejado. Quiero decir que estaba en un barrio y a unas horas -ya de noche- en el que no era normal ver pasar a un barbudo con gabardina y una maleta vieja, con ruedas de esas que hacen tanto ruido en el pavimento oxoniense. Famélico legión -sin comer desde la cosa esa del avión- encontré una casa con una luz en la puerta, un rótulo viejo de pub, descolorido, y un paisano desdentado que me dedicó estas palabras: "You lost? You looking for room?" Mis alternativas eran dormir en un puente del Támesis o entrar en una casa digna de película de miedo. Me dije "I am a man" y entré en la casa. Me ahorro la descripción por no levantar olas de asco y porque tengo que volver al trabajo, pero sólo diré que pagué por adelantado, al desdentado, el doble de lo que decía el papelito pegado al cristal de la oficina de turismo, que el hombre cogió el dinero y se marchó, que subí las escaleras, que encontré una habitación vacía, que la puerta no cerraba, que las cucarachas no fueron los animales más grandes que vi en el edificio, que salí a mear al jardín mejor que volver a asomarme a ese cuarto de baño que había en el descansillo de la escalera, que me recosté, con la gabardina y los zapatos y todo lo demás puesto, en la cama, con el paraguas en la mano para repeler el ataque que presentía nocturno y una silla atrancando la puerta y la luz encendida toda la noche, que a las cinco de la mañana, sin haber dormido en absoluto como podrán imaginar vuecencias, me levanté y salí pitando, que desandé /desanduve el camino andado/anduvido, que llegué sorprendentemente en menos de una hora al centro de Oxford, que encontré como toda muestra de civilización un burger king que abría a las 6, que me senté en la puerta a esperar, más hambriento que un maestro escuela, que cuando abrieron pedí uno de cada de todo lo que me pudieran dar, que me abrasé la lengua con el café, que a las 8 fui a la oficina de turismo y me localizaron un B&B preciosísimo, que es lo que quería contar desde el principio por cierto, junto al mercado, justo encima de una tienda que recomiendo que se llama Past Times que venden tapices victorianos y souvernires muy finos de esos que saben sólo hacer los ingleses. Pasé allí una semana visitando colleges, pero esa es otra historia y debe ser contada en otra ocasión, como decía Bastian Baltasar Bux.
¡Qué fuerte, Sr. Librarian! con todo, lo peor me parece lo de las cucarachas y otras alimañas. Le compadezco fervientemente con unos cuantos años de retraso
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