viernes, 9 de mayo de 2008

Antonio Muñoz Molina y las Bibliotecas Públicas

Ultimamente no hago más que copiar y pegar, pero es que me ha llegado un artículo tan bonito de Antonio Muñoz Molina sobre las bibliotecas, que no tengo más remedio que reproducirlo aquí, por si a alguien (como yo misma) se le pasó leerlo en el periódico hace pocos días.





De una biblioteca a otra

ANTONIO MUÑOZ MOLINA 03/05/2008

Una biblioteca pública no es sólo un lugar para el conocimiento y el disfrute de los libros: también es uno de los espacios cardinales de la ciudadanía. Es en la biblioteca pública donde el libro manifiesta con plenitud su capacidad de multiplicarse en tantas voces como lectores tengan sus páginas; donde se ve más claro que escribir y leer, dos actos solitarios, lo incluyen a uno sin embargo en una fraternidad que se basa en lo más verdadero y lo más íntimo que hay en cada uno de nosotros y que no tiene límites en el espacio ni en el tiempo. La lectura, los libros, empezaron siendo privilegio de unos pocos, herramientas de poder y de control de las conciencias. La imprenta, al permitir de pronto la multiplicación casi ilimitada de lo que antes era único y difícil de copiar, hizo estallar desde dentro la ciudadela hermética de las palabras escritas, alentando una revolución que empezó por reconocer en cada uno el derecho soberano a leer la Biblia en su propia lengua y en la intimidad de su casa, sin la mediación autoritaria de una jerarquía. Gentes que leían libros albergaron ideas inusitadas: que el mérito y el talento personal y no el origen distinguían a los seres humanos; que todos por igual tenían derecho a la instrucción, a la libertad y a la justicia.

La escuela pública, la biblioteca pública, son el resultado de esas ideas emancipadoras: también son su fundamento. Con egoísmo legítimo uno compra un libro, lo lee, lo lleva consigo, lo guarda en su casa, vuelve a leerlo al cabo de un tiempo o ya no lo abre nunca. En la biblioteca pública el mismo libro revive una y otra vez con cada uno de los lectores que lo han elegido, multiplicado tan milagrosamente como los panes y los peces del evangelio: un alimento que nutre y sin embargo no se consume; que forma parte de una vida y luego de otra y siendo el mismo palabra por palabra cambia en la imaginación de cada lector.


En la librería no todos somos iguales; en la biblioteca universitaria el grado de educación y la tarjeta de identidad académica establecen graves limitaciones de acceso; sólo en la biblioteca pública la igualdad en el derecho a los libros se corresponde con la profunda democracia de la literatura, que sólo exige a quien se acerca a ella que sepa leer y sea capaz de prestar una atención intensa a las palabras escritas. En el reino de la literatura no hay privilegios de nacimiento ni
acreditaciones oficiales, ni jerarquías de ninguna clase ante las que haya que bajar la cabeza: nadie tiene la obligación de leer una determinada obra maestra; y no hay libro tan difícil que pueda ser inaccesible para un lector con vocación y constancia. Pomposos catedráticos resultan ser lectores ineptos: cualquier persona con sentido común es capaz de degustar las más delgadas sutilezas de un libro. En el cuarto de trabajo o de estudio con frecuencia uno está demasiado solo: en la biblioteca pública se disfruta un equilibrio perfecto entre el ensimismamiento y la compañía, entre la quietud necesaria para la lectura y la grata conciencia de la vida real que sigue sucediendo a nuestro alrededor.


Los barrios de Nueva York están punteados de sucursales de la gran Biblioteca Pública de la Quinta Avenida. El edificio central tiene una escala imponente: los mármoles, la escalinata, las columnas, los dos grandes leones benévolos. Las bibliotecas de barrio son mucho más modestas en apariencia, pero no esconden menos tesoros, y son igual de acogedoras. La que yo visito casi cada mañana está en una zona de pequeños negocios puertorriqueños, de peluquerías rancias de caballeros, de puestos de frutas del Caribe, de casas de comidas baratas que tienen nombres como La Caridad o La Flor de Mayo. El trámite para hacerse socio dura unos cinco minutos y es gratis. Con su tarjeta uno puede solicitar cualquier libro, disco o película y en unos pocos días le avisarán de que puede ir a recogerlo. Pero para entrar en la biblioteca y pasarse en ella las horas no hace falta ni siquiera una acreditación, en una ciudad donde hay tantas barreras de seguridad que puede ser tan inhóspita para el que no tiene dinero. A mi alrededor, en las otras mesas de la biblioteca, hay universitarios obsesivos que han venido a estudiar y jubilados que leen tranquilamente el periódico, un chico que mueve la cabeza y los hombros al ritmo de la música que escucha en el iPod mientras sonríe para sí leyendo una novela gráfica, una muchacha asiática sumergida en una biografía de Virginia Woolf, una abuela a la que una empleada le enseña con ilimitada paciencia cómo acceder a su cuenta de correo electrónico en la fila de ordenadores de la sala, una mujer demente que se ha sentado cerca de mí dejando caer sobre la mesa, como si fuera una lápida, un diccionario enorme de psiquiatría.


Yo leo, trabajo, miro el correo, escribo alguna postal, gustosamente solo y a la vez acompañado, mecido por el rumor cauteloso de la gente. Vengo a trabajar en una biblioteca pública y me acuerdo siempre de la primera que conocí, en la que empecé a educarme, tan lejos ahora y tan presente en la memoria, la biblioteca municipal de Úbeda, que descubrí cuando tenía unos doce años. La mirada infantil, como la poesía épica, agranda los lugares, magnifica las cosas: yo nunca había visto salas tan grandes, estanterías llenas de libros que llegaban a los techos, sumergidas parcialmente en una penumbra en la que brillaban con intensidad misteriosa las lámparas bajas sobre las mesas de lectura. En cualquier otro lugar mis deseos y mis aficiones estaban limitados por la falta de dinero: en la biblioteca yo era un potentado. Fuera de allí las cosas pertenecían a alguien, casi siempre a otro: en la biblioteca eran mías y a la vez de todos. No existe mejor escuela de ciudadanía.

Sin aquella biblioteca hoy yo no estaría en ésta. Y como ahora las palabras pueden viajar tan instantáneamente como vuelven a la conciencia las imágenes del pasado remoto, cuando abro el portátil para mirar el correo encuentro un manifiesto en defensa de la biblioteca municipal de Úbeda, dañada por el abandono, por esa idea festera y despilfarradora que tiene cualquier política cultural en España, donde no hay límite para el gasto público a condición de que éste sea superfluo. Cualquier municipio español gasta millones en contratar artistas de moda o alentar paletadas vernáculas: pero en una pequeña biblioteca no hay dinero para comprar libros, y si lo hubiera no quedaría espacio donde mostrarlos; cada vez existirá menos la posibilidad de que alguien encuentre en ella el refugio y la iluminación de los libros; de que un niño fantasioso entre en la biblioteca pública como Simbad en la gruta del tesoro. Pongo mi firma al pie de ese manifiesto de ciudadanos ilustrados y por
un momento la lejanía no existe y la mesa de lectura en la que estoy sentado pertenece a aquella biblioteca que no he pisado en tantos años. -

10 comentarios:

ABRAHAM LÓPEZ MORENO dijo...

Precioso artículo de Antonio Muñoz Molina. Gracias por recuperarlo para así poder leerlo gustosamente. Un saludo desde "Panorámica Cazorlense".

María la Delsa dijo...

Nunca en mi vida he hecho uso de una biblioteca, la verdad sea dicha, pero al asomarme a alguna de paso sí que he sentido que ahí se respiraba y compartía "... esa quietud necesaria para la lectura..." de la que habla Muñoz Molina. A mi ese recogimiento me parece casi monacal.
Besos

Cigarra dijo...

Llegué a trabajar en una biblioteca ya con unos añitos y cada vez soy mas consciente del privilegio que supone trabajar en un medio así.(Aparte de los inconvenientes inherentes al hecho mismo de trabajar, que es una maldición bíblica, no lo olvidemos) Aunque no fuera más que el hecho de que deben ser lugares silenciosos, (aunque no siempre lo consigamos) y que lo que manejamos son libros, ya convierten a ese trabajo en un lujo.

Franziska dijo...

Me parece estupendo el artículo de Muñoz Molina y especialmente valiosa su critica a los políticos españoles, en cuanto a los libros se refiere. He acudido en numerosas ocasiones a la Biblioteca Nacional y entonces -de esto hace ya muchos años- no había préstamo de libros y, además, así era muy difícil volver al libro que habías empezado a leer. Esto fue lo que me alejó de la biblioteca. De instalaciones municipales, ni recuerdo haber oído hablar... Al jubilarme, descubrí que habían cambiado mucho las circunstancias. La verdad es que, ahora, en Alcalá, da gusto. Me puedo llevar a casa dos libros y tengo 15 días para devolverlos. Tenemos un club de lectores, se organizan muchas actividades, en fin ésta es otra historia.

Por cierto, me llegó una presentación sobre bibliotecas que fue una gozada. ¿Sabes una cosa? Se ve que se ha utilizado edificios eclesiásticos o incluso muchas iglesias pero parecen instalaciones-museo, yo prefiero los lugares vivos, más recientemente construídos y que ya se han programado para que los utilice la gente. No recuerdo haberte contestado para darte las gracias, perdona ha sido un fallo de esos que se deben evitar. Espero que confíes en que yo te lo he agradecido aunque haya dado la respuesta por la callada.

Un abrazo.

Anónimo dijo...

Ha sido estupendo tener la oportunidad de leer este artículo. Yo no podría vivir sin mi biblioteca pública. No me gusta desprenderme de libros ni siquiera cuando no me han gustado y el resultado fué un desbarajuste que me costó Dios y ayuda enmendar. Ahora cuando me recomiendan un libro lo busco allí primero. Un abrazo

CarmenS dijo...

Desde cría voy a bibliotecas públicas o de centros educativos. Allí encuentro libros de todo tipo, para consultar, para llevarme a casa. Las bibliotecas son lugares mágicos porque en ellas se guardan cientos de frases bellas, de historias interesantes, de saberes ancestrales, todo ello esperando que venga el lector a descubrirlo.
No hay demasiadas bibliotecas ni en las ciudades ni en los pueblos. No parecen ser de interés para los que administran los recursos públicos. Algunas se construyen y tardan meses en llenarse de libros.
Yo soy de las afortunadas que tienen una biblioteca cerca. Y la uso. Claro que la uso.

Cigarra dijo...

Hola Franziska, qué gusto verte por aquí. vi esas fotos de bibliotecas antiguas que dices, y es cierto, aunque son preciosisimas, les falta vida. Bueno, algunas están bien vivas. Si vas por Toledo te recomiendo que visites la Biblioteca Pública que hay en la planta más alta del Alcázar. Han hecho una adaptación extraordinaria de un edificio histórico para un uso actual, está llena de rincones estupendos para leer y las vistas desde la cafetería (8ªPlanta) son maravillosas. Todo Toledo a tus pies. Merece la pena y es entrada libre.

Hola María, yo también busco ahora primero en la biblioteca, pero luego hay libros que si me han gustado los he comprado tres y cuatro veces para tenerlos y regalarlos. Pero así no te arriesgas a comprar un "tomazo" infumable. Otra ventaja de las bibliotecas :-)

Cecilia, cuánto nos falta para llegar al nivel de los paises del norte de Europa, donde hay 20 libros por habitante en las bbcas públicas. Aquí si llegamos a 2, nos damos con un canto en los dientes. A nuestros políticos les gusta mucho inaugurar, porque queda muy bien en la foto. Lo de mantener una biblioteca funcionando como es debido, ya es harina de otro costal. Sale muy caro y no luce en las campañas electorales. ¡Ay!

Isabelita Vera dijo...

Está escrito con mucho cariño hacia las bibliotecas. Mi relación con ellas es muy estrecha, empecé con la de mi colegio y ahora voy a la de mi barrio, que pertenece a la Comunidad de Madrid. También tengo el carnet de las bibliotecas municipales y otro de la obra social de Caja Madrid. Cuando estudiaba iba a la bibliotecas de mi universidad y también he pasado muchas horas en la de Leganés de la Carlos III, recién inaugurada. Hasta tuve varios carnets de bibliotecas inglesas, el tiempo que anduve por allí. Me gustan todas, de todos los estilos y formas. Recientemente descubrí la Biblioteca Regional, cuyo edificio es una antigua fábrica restaurada y me pareció fantástica.

Anónimo dijo...

Buenas quisiera saber si es posible llevarse a la bilioteca publica de granada el portatil para trabajar (ya que estoy estudiando informatica por la UNED). Necesito conectar el portatil a la red electrica. Gracias. estibaliz_celeste@msn.com

Cigarra dijo...

Anónimo, me temo que no estás haciendo esa consulta en el lugar adecuado. La página de la Bbca Pública de Granada es ésta
http://www.juntadeandalucia.es/cultura/opencms/export/bibliotecas/bibgranada/
Yo supongo que no te pondrán inconvenientes, pero es mejor que te pongas en contacto directamente con ellos.