1- Al recibir el premio, se ha de escribir un post y mostrar dicho premio, indicando el nombre del blog o Web de quien te lo regala y enlazarlo al post de ese blog o Web que te nombra ganador.
jueves, 29 de mayo de 2008
Un nuevo honor
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miércoles, 28 de mayo de 2008
De mis amigos (otra vez)
Para empezar, una buena colección que me envía Zafferano desde sus Islas Maravillosas. No tengo perdón de Dios por no conocer aún aquella tierra.
El Puerto de la Cruz, nocturno
Para terminar con Praga, esta sonata barroca
Pero más decadencia aún tiene esta otra, de vuelta en España.
También Ricardo supo captar la belleza de esta ventana,
Y por último, mi LaUge, aporta una visión poco frecuente, de dentro a fuera
viernes, 16 de mayo de 2008
martes, 13 de mayo de 2008
Concierto de Zarzuela
Aunque tiene muchos detractores y hay melómanos que en lugar de "Género Chico" la llaman "El Generete" la zarzuela sigue teniendo muchos aficionados. Y para deleitar a esa gran cantidad de adictos a la zarzuela el Coro Talía y la Orquesta Chamartín nos disponemos a ofrecer un concierto el próximo dia 31 de mayo, sábado, en el Auditorio Nacional de Príncipe de Vergara, a las 22,30 de la noche. En el programa clásicos como el coro de doctores de "El rey que rabió", los Barquilleros de "Agua, azucarillos y aguardiente", los románticos de "Doña Francisquita" y cosas menos escuchadas como las cigarreras de "Los sobrinos del Capitán Grant". Melodías que todos conocemos y hemos tarareado alguna vez, que parecen fáciles y cotidianas, pero que bien interpretadas (y no es por ponernos lazos) adquieren toda su gracia y ponen de realce el sentido musical de una época y una forma de vida ya desaparecidas. En este mes tan castizo, con San Isidro presidiendo, esperamos que la llegada de las lluvias se interprete como resultado de la intercesión del Santo, y no porque nosotros estemos preparando este concierto.
Como la letra pequeña del cartel es muy muy pequeña, copio aquí direcciones y telefonos para conseguir las entradas:
En Serviticket, de 8 a 24 horas, telefono: 902 332 211
En Servicaixa http://www.servicaixa.com/
y en los Servicajeros de La Caixa
¡Que ustedes lo disfruten!
lunes, 12 de mayo de 2008
Siguiendo con el 2 de mayo...
Merece la pena.
http://ceciliaenelbalcon.blogspot.com/2008/05/egido-y-la-independencia.html
viernes, 9 de mayo de 2008
Antonio Muñoz Molina y las Bibliotecas Públicas
De una biblioteca a otra
ANTONIO MUÑOZ MOLINA 03/05/2008
Una biblioteca pública no es sólo un lugar para el conocimiento y el disfrute de los libros: también es uno de los espacios cardinales de la ciudadanía. Es en la biblioteca pública donde el libro manifiesta con plenitud su capacidad de multiplicarse en tantas voces como lectores tengan sus páginas; donde se ve más claro que escribir y leer, dos actos solitarios, lo incluyen a uno sin embargo en una fraternidad que se basa en lo más verdadero y lo más íntimo que hay en cada uno de nosotros y que no tiene límites en el espacio ni en el tiempo. La lectura, los libros, empezaron siendo privilegio de unos pocos, herramientas de poder y de control de las conciencias. La imprenta, al permitir de pronto la multiplicación casi ilimitada de lo que antes era único y difícil de copiar, hizo estallar desde dentro la ciudadela hermética de las palabras escritas, alentando una revolución que empezó por reconocer en cada uno el derecho soberano a leer la Biblia en su propia lengua y en la intimidad de su casa, sin la mediación autoritaria de una jerarquía. Gentes que leían libros albergaron ideas inusitadas: que el mérito y el talento personal y no el origen distinguían a los seres humanos; que todos por igual tenían derecho a la instrucción, a la libertad y a la justicia.
La escuela pública, la biblioteca pública, son el resultado de esas ideas emancipadoras: también son su fundamento. Con egoísmo legítimo uno compra un libro, lo lee, lo lleva consigo, lo guarda en su casa, vuelve a leerlo al cabo de un tiempo o ya no lo abre nunca. En la biblioteca pública el mismo libro revive una y otra vez con cada uno de los lectores que lo han elegido, multiplicado tan milagrosamente como los panes y los peces del evangelio: un alimento que nutre y sin embargo no se consume; que forma parte de una vida y luego de otra y siendo el mismo palabra por palabra cambia en la imaginación de cada lector.
En la librería no todos somos iguales; en la biblioteca universitaria el grado de educación y la tarjeta de identidad académica establecen graves limitaciones de acceso; sólo en la biblioteca pública la igualdad en el derecho a los libros se corresponde con la profunda democracia de la literatura, que sólo exige a quien se acerca a ella que sepa leer y sea capaz de prestar una atención intensa a las palabras escritas. En el reino de la literatura no hay privilegios de nacimiento ni
acreditaciones oficiales, ni jerarquías de ninguna clase ante las que haya que bajar la cabeza: nadie tiene la obligación de leer una determinada obra maestra; y no hay libro tan difícil que pueda ser inaccesible para un lector con vocación y constancia. Pomposos catedráticos resultan ser lectores ineptos: cualquier persona con sentido común es capaz de degustar las más delgadas sutilezas de un libro. En el cuarto de trabajo o de estudio con frecuencia uno está demasiado solo: en la biblioteca pública se disfruta un equilibrio perfecto entre el ensimismamiento y la compañía, entre la quietud necesaria para la lectura y la grata conciencia de la vida real que sigue sucediendo a nuestro alrededor.Los barrios de Nueva York están punteados de sucursales de la gran Biblioteca Pública de la Quinta Avenida. El edificio central tiene una escala imponente: los mármoles, la escalinata, las columnas, los dos grandes leones benévolos. Las bibliotecas de barrio son mucho más modestas en apariencia, pero no esconden menos tesoros, y son igual de acogedoras. La que yo visito casi cada mañana está en una zona de pequeños negocios puertorriqueños, de peluquerías rancias de caballeros, de puestos de frutas del Caribe, de casas de comidas baratas que tienen nombres como La Caridad o La Flor de Mayo. El trámite para hacerse socio dura unos cinco minutos y es gratis. Con su tarjeta uno puede solicitar cualquier libro, disco o película y en unos pocos días le avisarán de que puede ir a recogerlo. Pero para entrar en la biblioteca y pasarse en ella las horas no hace falta ni siquiera una acreditación, en una ciudad donde hay tantas barreras de seguridad que puede ser tan inhóspita para el que no tiene dinero. A mi alrededor, en las otras mesas de la biblioteca, hay universitarios obsesivos que han venido a estudiar y jubilados que leen tranquilamente el periódico, un chico que mueve la cabeza y los hombros al ritmo de la música que escucha en el iPod mientras sonríe para sí leyendo una novela gráfica, una muchacha asiática sumergida en una biografía de Virginia Woolf, una abuela a la que una empleada le enseña con ilimitada paciencia cómo acceder a su cuenta de correo electrónico en la fila de ordenadores de la sala, una mujer demente que se ha sentado cerca de mí dejando caer sobre la mesa, como si fuera una lápida, un diccionario enorme de psiquiatría.
Yo leo, trabajo, miro el correo, escribo alguna postal, gustosamente solo y a la vez acompañado, mecido por el rumor cauteloso de la gente. Vengo a trabajar en una biblioteca pública y me acuerdo siempre de la primera que conocí, en la que empecé a educarme, tan lejos ahora y tan presente en la memoria, la biblioteca municipal de Úbeda, que descubrí cuando tenía unos doce años. La mirada infantil, como la poesía épica, agranda los lugares, magnifica las cosas: yo nunca había visto salas tan grandes, estanterías llenas de libros que llegaban a los techos, sumergidas parcialmente en una penumbra en la que brillaban con intensidad misteriosa las lámparas bajas sobre las mesas de lectura. En cualquier otro lugar mis deseos y mis aficiones estaban limitados por la falta de dinero: en la biblioteca yo era un potentado. Fuera de allí las cosas pertenecían a alguien, casi siempre a otro: en la biblioteca eran mías y a la vez de todos. No existe mejor escuela de ciudadanía.
Sin aquella biblioteca hoy yo no estaría en ésta. Y como ahora las palabras pueden viajar tan instantáneamente como vuelven a la conciencia las imágenes del pasado remoto, cuando abro el portátil para mirar el correo encuentro un manifiesto en defensa de la biblioteca municipal de Úbeda, dañada por el abandono, por esa idea festera y despilfarradora que tiene cualquier política cultural en España, donde no hay límite para el gasto público a condición de que éste sea superfluo. Cualquier municipio español gasta millones en contratar artistas de moda o alentar paletadas vernáculas: pero en una pequeña biblioteca no hay dinero para comprar libros, y si lo hubiera no quedaría espacio donde mostrarlos; cada vez existirá menos la posibilidad de que alguien encuentre en ella el refugio y la iluminación de los libros; de que un niño fantasioso entre en la biblioteca pública como Simbad en la gruta del tesoro. Pongo mi firma al pie de ese manifiesto de ciudadanos ilustrados y por
un momento la lejanía no existe y la mesa de lectura en la que estoy sentado pertenece a aquella biblioteca que no he pisado en tantos años. -
miércoles, 7 de mayo de 2008
Dos de Mayo, 1808
"El levantamiento del 2 de mayo no surgió a consecuencia de un plan preparado por los españoles, sino que por el contrario, fue provocado por Murat, que para intimidar a todo el país ideó astutamente la manera de producir una explosión de violencia en la capital. Ese día el hermano y el hijo menor del rey Carlos, que hasta entonces habían permanecido en Madrid, tenían que salir para Bayona. La salida del país de los últimos miembros de la familia real en tales circunstancias no podía menos de impresionar fuertemente a un pueblo cuyos sentimientos habían sido cruelmente torturados durante los últimos meses. El Consejo de Regencia recomendó encarecidamente que la salida del infante fuera de noche, pero Murat insistió en que sería a las nueve de la mañana. Mucho antes de esa hora la espaciosa Plaza de Oriente estaba llena de gente del pueblo. Al aparecer los príncipes vestidos con ropas de viaje, hombres y mujeres rodearon los carruajes y, cortando los tirantes que los unían a los caballos, se mostraron resueltos a impedir su marcha. Un edecán de Murat, que se presentó en aquel momento, fue instantáneamente agredido por la muchedumbre y hubiera caído allí mismo, víctima de la furia popular de no ser por la ayuda que le prestó la fuerte guardia francesa que estaba estacionada cerca de la casa del General. La guardia formó inmediatamente y recibió la orden de hacer fuego sobre el pueblo.
Mi casa no estaba lejos del Palacio, en una calle que conduce a uno de los principales centros de comunicación con la parte mejor de la capital. La primera noticia del tumulto nos la trajo un tropel de gente que pasó gritando: "¡A las armas!" Aunque oí decir que los franceses estaban disparando sobre el pueblo, esa atrocidad me pareció tan enorme y tan impolítica que no paré hasta salir a asegurarme de la verdad. Apenas había llegado a la llamada Plazuela de Santo Domingo, donde confluyen cuatro grandes calles, una de las cuales lleva a Palacio, cuando oí el redoble de un tambor francés en esa dirección y me paré junto con un buen número de gente formal y pacífica a los que la curiosidad había llevado al mismo lugar. Aunque vimos avanzar rápidamente sobre nosotros a un fuerte piquete de Infantería no podíamos imaginar que corrieramos peligro alguno. Con esta equivocada idea esperamos que se acercaran, hasta que al ver que los soldados hacían alto y preparaban las armas, nos dispersamos en un santiamén. Inmediatamente sonó una descarga de fusilería y un hombre cayó a la entrada de la calle por donde yo y otros muchos íbamos corriendo. Este inesperado ataque, para el que no habíamos dado ningún motivo, nos hizo temer que podíamos caer victimas de una matanza general, por lo que buscamos refugio en las callejuelas que se encontraban a ambos lados de nuestro camino. Yo corrí hasta mi casa, y tras cerrar la puerta de la calle, no encontré mejor solución, dado mi gran sobresalto, que dedicarme a hacer cartuchos para una escopeta que tenía.
El fuego de fusilería continuaba oyéndose en varias direcciones. Poco después se oyeron también cercanos disparos de cañón, que aumentaron más nuestra alarma. Estas grandes piezas estaban situadas en un Parque de Artillería que el Gobierno español mantenía con gran negligencia y sin objeto definido en aquella parte de la ciudad. Murat había puesto a todas sus tropas sobre las armas y, al determinar los puntos que tenían que ocupar, no había olvidado este Parque. Una fuerte columna francesa se aproximó a él por una calle que llevaba directamente a la puerta de entrada, en la que el capitán Daoiz, paisano y amigo mío, que era el oficial de mayor graduación en servicio, había colocado dos grandes piezas cargadas de metralla. Resuelto a morir antes que rendirse y acompañado en esta determinación por unos cuantos artilleros y algunos soldados de infantería al mando de Velarde, otro patriótico oficial, causó tremendo estrago en la columna francesa, hasta que, dominados por el número, cayeron aquellos dos bravos defensores de su patria, el último muerto y el primero gravemente herido. El silencio de las armas nos hizo sospechar que las piezas de artillería habían caído por fin en poder de los asaltantes y unos cuantos rezagados que pasaron por allí nos confirmaron esta suposición.
...Poco después del comienzo del tumulto, dos o tres columnas de la Infantería francesa entraron en Madrid por puertas diferentes y se apoderaron de la ciudad. La columna principal pasó por la calle Mayor, donde las casas de cuatro o cinco pisos facilitaban a los vecinos la mejor manera de descargar su venganza sobre los soldados franceses sin exponerse al peligro de sus armas. Los que tenían fusiles los disparaban desde las ventanas, y los demás arrojaban sobre los soldados tejas, ladrillos y muebles pesados. Pero los franceses consiguieron ocupar todos los lugares estratégicos de la capital y su artillería llenó de pánico a la alborotada multitud. Los soldados entraron a saco en algunas casas desde las que habían disparado contra ellos, y la caballería empezó a hacer prisioneros a los que no se habían puesto a salvo a su debido tiempo. Como el pueblo madrileño había dado buena cuenta de todo soldado francés que habían encontrado desarmado por las calles, la represalia hubiera sido espantosa si las autoridades españolas no hubieran obtenido un decreto de amnistía que leyeron en las partes más alborotadas de la ciudad.
Pero Murat pensó que su objetivo quedaría incompleto si no hacía un escarmiento ejemplar en cierto número de revoltosos de las clases bajas. Como la amnistía excluía a todos los que encontraran con armas, las patrullas de caballería que vigilaban las calles empezaron a registrar a todos los hombres que encontraban a su paso y, tomando como pretexto para su vil y cruel propósito las navajas que nuestros artesanos y trabajadores suelen llevar en el bolsillo, llevaron a cien de ellos a ser juzgados en un consejo de guerra o, en otras palabras, a ser asesinados a sangre fría. Esta terrible ejecución, tal vez el hecho más negro que ha manchado el nombre francés a lo largo de su campaña de conquistas, tuvo lugar a la caída de la tarde. Un supuesto tribunal de oficiales franceses, después de asegurarse que no había ninguna persona importante entre los condenados, ordenó que fueran sacados del Retiro, lugar de su breve prisión, y llevados al Prado para ser fusilados por los soldados.
Recordando esta lectura, recorrimos aquellas calles, escuchamos las campanas de la Iglesia de San Ildefonso, tocando a rebato, nos tomamos unos cafés en el "Manuela", y ya de vuelta a casa, la guinda final del día la puso un padre que iba con su hijo, de unos 7 u 8 años por la calle de Manuela Malasaña, contándole: "...y corrían gritando ¡Muerte a los franceses!".
En los cristales de este balcón se reflejan las campanas de la Iglesia de San Ildefonso, repicando a rebato.