Les pongo en antecedentes: mi tía vive en una residencia que se costea con su exigua pensión (pronto será más exigua) y el alquiler de su casa, gestión de la que me encargo yo, porque mi pobre tía ya no está en condiciones de hacer casi nada por su cuenta.
Y después de unos cuantos años de tener como inquilinos a tres estudiantes, por fin se han ido y vamos a poder alquilarselo a unas personas normales. Que no quiero decir que los estudiantes no sean personas normales, pero es que me he pasado siete años cambiando de inquilinos por partes cada pocos meses, uno duraba un año, otro seis meses, menos uno que ha estado siete años y no veía el momento de verle marchar. Y digo esto porque no se pueden imaginar hasta que punto han sido guarros, así sin paliativos. Vale que tres muchachos no se esmeren limpiando la cocina, pero que todo lo que se tocaba pringase de mugre, que la fregona fuese la misma que dejé (vieja) hace siete años, que el plato de la ducha (que era nuevo) estuviese gris como panza de burro, y así siguiendo, da idea de lo marranos que eran. Insisto, por si me lee alguno que sepa la opinión que me merecen. Que llevo fregando ni se sabe, y lo que me queda, después de que pasen los pintores para desinfectar las paredes y quitar las manchas de grasa que los muy cochinos han dejado en las cabeceras de las camas.
En fin, que no hay mal ni bien que cien años dure, y parece que el mes entrante viene una pareja que tienen un aspecto estupendo. Una pareja joven, educados, con buenos trabajos los dos, y encantadores de trato. Pero tienen muebles propios, y no les interesaban la mayor parte de los que yo había puesto para la modalidad "tres dormitorios para estudiantes cada uno con su cama, su armario y su mesa de estudio". Así que se hacía menester llevarse a algún lugar los que no les hacen falta.
La Providencia que es buena proveyó de espacio gracias a que el novio de mi hija (un héroe anónimo, que será debidamente valorado a lo largo de este episodio) tiene un hermoso piso en la bonita localidad madrileña de Arganda, y se mostró dispuesto a acoger los muebles sobrantes, aunque él mismo tiene el piso medio en obras, y probablemente le estorbarán. Santo varón. Y no sólo proporcíonó guardamuebles, sino que aportó sus considerables fuerzas para el transporte, que no fue pelo de gorrino, según verán.
(Me tengo que disculpar porque no pensé que el día fuera a dar para tanto, y no saqué fotos. Las ilustraciones las he tomado de diversas páginas de internet, y si alguien se siente dañado en su imagen o sus derechos que me lo diga y las quito. )
Así que el viernes por la tarde recogimos una furgoneta de alquiler, porque el sábado era fiesta y estaba cerrado, y nos dieron una especie de trasatlántico inmensamente grande, que menos mal que vino mi santo conmigo a recogerla, porque si yo tengo que conducir con eso por Madrid, no se la clase de estragos que hubiera producido. No era exactamente como la de la foto, creo que era incluso más grande. Por dentro parecía una plaza de toros.
Y el sábado se vinieron mi niña y su mozo al piso, con mi santo y conmigo, y pasamos alegremente la mañana bajando muebles. Algunos, por mi gusto, los hubiera dejado caer a plomo desde la terraza, que es un sexto piso, y el efecto hubiera sido estupendo, pero ya se sabe lo que son los respetos humanos.
Así que organizamos al fondo de la furgo los que valían y en primer plano los que iban al punto limpio, porque había dos sofas viejos, una tele, un armario en tablas, un montón de ropas irrecuperables, una inmensa cantidad de botellas de cerveza de todas las marcas (vacías), que alguno de los inquilinos pasados dió en coleccionar, pero no consideró interesante llevarse, y ni se sabe cuánta porquería, todo para tirar. Bueno, menos mal que la furgoneta era "King Size", porque al final, la llenamos hasta arriba. Con una más pequeña no hubiéramos tenido ni para empezar.
Ya la bajada por la escalera motivó algún rifirrafe con varias vecinas pedorras de esas que dicen: "No se pueden bajar muebles en el ascensor" y el novio de mi hija, muy serio, le contestó: "Es que no me he leido la normativa". Que es una manera delicada de decirle "Me alegro de verla buena". Este chico tiene respuesta para todo. Y eso que no todo cabía en el ascensor, que el sofá cama era inmenso, y la estantería no entraba de alto. Los muchachos trabajaron como jabatos.
Total, que como era ya buena hora decidimos comer en un bar que había allí mismo, al pie de casa de mi tia, y llevar luego los muebles. Nos habían dicho que en día de fiesta, el único punto limpio que abre en Madrid, (que era mentira, luego he visto que abren todos) es uno que hay más allá del Cementerio de la Almudena, donde Confucio perdió la estilográfica, mas o menos, y para allá que nos fuimos, que serían las 15,30 mas o menos, y nos dicen: "No, no, aquí abren en día de fiesta, pero sólo hasta las 14 horas". Casi nos echamos a llorar. ¿Qué hacíamos, con una furgoneta como un camión de mudanzas de grande, cargada hasta los topes de somieres, colchones, mesas, sillas, sofás, mesitas, y bolsas y bolsas de cosas para tirar?
Pero quedaba lo mejor: porque el piso de David es muy bueno y muy grande, pero está en una esquina de una calle estrecha y en una cuesta donde era materialmente imposible detener la furgoneta el tiempo necesario para la descarga, "ainda mais" que es un segundo SIN ASCENSOR y había que subirlo todo a brazo. ¡Una risa! Al final dejamos el vehiculo en un esquinazo de una parada de autobús, al otro lado de la calle, estorbando bastante, pero se podía pasar; y ¡hala p'arriba con los somieres, las mesitas, las mesas de estudio, la lámpara grande, la mecedora, las cuatro sillas de ikea, las dos estanterías, (una entera y otra desarmada) la tele buena, etc, etc,! Claro, haciendo muchos viajes cada uno.