Pues señor, como no es cosa de estar sin lavarse (o al menos, no demasiados días) y lo de lavarse con agua fría ni pensarlo, tras hacer nuestras abluciones del jueves y el viernes en baños prestados, el sábado amanecimos con una misión perentoria: comprar un termo nuevo.
El que tiene un amigo tiene un tesoro, pero el que tiene de amigo a nuestro amigo Pedrito, tiene mucho más que todos los tesoros del mundo. Como habíamos cenado con los amigos la noche del viernes, Pedrito se sintió involucrado en nuestra chapuza doméstica sin necesidad de decirle nada, y el sábado por la mañana, allí estaba, como un clavo, para acompañar a mi santo al centro comercial a comprar el termo nuevo.
Mientras los hombres afrontaban los peligros del mundo exterior yo como ama de casa tradicional, me enfangué en la preparación del termo antiguo que había que desmontar: fregado a fondo, (como está ahí arriba tampoco es que lo fregase todos los días), y extracción de los 80 litros de agua que caben dentro que, como caían desde allá arriba, salpicaban todo en derredor del cubo poniendo la cocina de aquella manera.
Al fin llegaron los esforzados caballeros que ya habían tenido la primera escaramuza en el centro comercial. Como necesitaban saber si los amarres del termo nuevo estaban a la misma distancia que los del antiguo, a ver si se podían aprovechar las escarpias, se pusieron a abrir la caja del termo en busca del manual de instrucciones. Inmediatamente surgió esa señorita que no está en ninguna parte cuando uno necesita información, y que brota de la nada cuando uno no la necesita, y les recriminó por abrir la caja. Le dijeron que necesitaban ver el manual de instrucciones y ella mantuvo, contra viento y marea, que el termo no llevaba instrucciones, y que ella les diría lo que necesitaban saber. En fin, que se trajeron el termo, porque era el que más se aproximaba a lo que necesitabamos.
Haciendo equilibrios, porque la escalera de mi casa ya no es lo que debiera ser después de la
experiencia con el fontanero el verano pasado, desmontaron el termo, poniéndose perdidos con los restos del agua que quedaba dentro, y comprobaron que los amarres del nuevo, como nos hubiera advertido Murphy, no coincidían con los del viejo. Por lo que hubo que hacer nuevos agujeros en la pared, etc, etc.
Al fin estuvo colgado el termo nuevo, (que, por cierto, si llevaba manual de instrucciones, aunque muy en el fondo de la caja) y como ya eran las tres de la tarde, nos disponíamos a comer y disfrutar una buena sobremesa, cuando comprobamos con horror que después de instalar el termo, sin que se escapara una gota de agua y enchufarlo, no funcionaba. Sencillamente, el piloto no se encendía, y la aguja de la temperatura no subía.
En ese momento mi santo y yo nos hubiéramos tirado al unísono por los balcones, aprovechando que tenemos dos a la calle, pero una vez mas, la presencia de ánimo de Pedrito o simplemente, la presencia de Pedrito impidió un suicidio colectivo. Se lo tomó con una deportividad asombrosa, y se quería ir ya mismo, sin comer, a cambiar el termo por otro en buenas condiciones. Un auténtico héroe del bricolage. Como la cocina estaba inutilizable nos hicimos unos bocadillos con lo que rapiñamos por la nevera y ¡otra vez a vaciar los 80 litros de agua del termo para desmontarlo! Otra vez a hacer equilibrios en la escalera para bajarlo, meterlo en la caja, procurando deteriorar el embalaje lo menos posible, y otro viaje al centro comercial.
Cuando llegamos allí no pusieron en duda ni un momento que el termo estuviera averiado, lo que aumentó nuestras sospechas de que nos habían calzado uno defectuoso, porque al subirlo a su lugar, soltó una considerable cantidad de agua sobre los desprevenidos montadores, lo cual atribuimos a que no lo hubieran vaciado bien después de probarlo en la fábrica. Pero más bien debía tener su causa en que alguien lo había probado y lo había devuelto.
Lo que si miraron y comprobaron es que estuvieran o no las escarpias y los tacos para colgarlo, que ¡logicamente! se habían quedado puestas en la pared de la cocina. Y el manual de instrucciones, que se nos olvidó meter en la caja. ¿Querreis creer que fueron tan cutres como para abrir la caja del termo nuevo (el nuevo-nuevo) para extraer escarpias y tacos? Y aún porfiaba la señorita en pedirnos el manual de instrucciones que su compañera de la mañana aseguraba que no existía. Ante lo cual juramos los tres, el buen Pedrito, mi santo y una servidora, que el termo no llevaba instrucciones, y que se lo preguntara a su compañera de la mañana. Rezongando, rebuscó por la caja, no lo encontró y al fin pudimos marcharnos, con el segundo termo.
La instalación de éste ya fué pan comido, como suele decirse. Estaban puestas las escarpias, no hubo más que conectar las tomas de entrada y salida de agua, llenarlo y enchufarlo. Cuando vi la lucecita encendida, y la aguja subiendo poco a poco en el indicador de temperatura, me pareció mentira y le hubiera hecho un monumento allí mismo a San Pedrito, y ustedes convendrán en que no era para menos.
Así que el remate del Sábado Santo fue acercarse al punto limpio a tirar los despojos de tanta calamidad, y ¿querrán creer que Pedrito se fué a casa de su hermano con el maquinillo de taladrar y la herramienta a colgarle un espejo nuevo que había comprado para el baño? ¿Es o no es un santo varón? ¿Se merece o no se merece la fuente de torrijas que le voy a preparar ahora mismito?
En resumen, que el año que viene salgo chutando de Madrid en cualquier dirección, así me agarre un atasco en la carretera de varias horas para entrar o salir. Que si mi casa quiere hacer aguas, que las haga conmigo a más de 200 km. Y ustedes que lo vean.
(Por supuesto, el termo SI llevaba manual de instrucciones. je, je.)