Como prometí en el post anterior, vuelvo a Buenos Aires, que tiene muchas más cosas, además de puertas y ventanas preciosas. Por ejemplo, tiene una vegetación maravillosa, y está llena de parques y jardines que merecen la pena. Y que te hacen darte cuenta de que verdaderamente estás en otro hemisferio, porque aunque las fachadas te hagan pensar en Londres, París o Madrid, los árboles te traen a la realidad. Donde nosotros tenemos acacias, plátanos de sombra o castaños de indias, ellos tienen ceibos, jacarandás y palos borrachos.
Tenía yo clavada la espinita de averigüar cómo eran los ceibos, tan nombrados en las canciones de los folklóricos: "no llores más torcacita, que llora sangre el ceibal". Pues efectivamente, las flores del ceibo son rojas como la sangre, aunque llegamos a finales de verano y ya no había mucha flor, algunas vimos.
El palo borracho, en cambio, estaba aún en flor, con estas maravillosas flores rosas de cinco pétalos, unos frutos grandes como pepinos y un tronco muy peculiar, engrosado por el centro y lleno de espinas
Los árboles que sombrean toda la avenida 9 de julio y que hemos visto en mayor profusion en toda la ciudad son las jacarandás (o jacarandas, que parece que se puede decir de las dos maneras); todavía conservaban bastantes de sus flores azules.
Los que impresionan de verdad son los descomunales ficus que llenan materialmente algunas plazas como esta de San Martín de Tours. Al ser de la variedad Ficus Elastica allí son llamados "gomeros" y el más antiguo y famoso, del que parece que descienden todos los de Buenos Aires, es el Gomero de La Recoleta, plantado en la plaza frente al cementerio por los Agustinos Recoletos que dieron nombre al barrio.
Acostumbrados a que el ficus que tenemos en casa sea una ramita con hojas grandes que, cuando va bien, llega a tener un metro o metro y medio de altura, encontrarse con que aquí alcanzan estos tamaños (lo de la foto son sólo algunas raices, de un ejemplar no demasiado grande) pues deja, cuando menos, perplejo
Y ya que hemos llegado al Barrio de La Recoleta, no podemos dejar de hacer la visita al famosísimo cementerio
Es una auténtica ciudad de panteones, algunos muy cuidados, otros abandonados, pero todos llenos de arte, símbolos del afán por perpetuar la memoria de los que se fueron, y quizá también, por qué no, de dejar bien claro ante los vecinos que había "poderío" suficiente, no sólo para tener una villa elegante sino también un panteón de lujo.
Me llamaron la atención especialmente las esculturas, algunas verdaderamente artísticas y de gran calidad.
Y de La Recoleta pasamos a otro lugar emblemático del pasado bonaerense: La Manzana de las Luces. A poca distancia de El Cabildo se encuentra esta manzana de casas donde se conservan algunos de los edificios más antiguos de la ciudad. Nos contaba la guía que nos la enseñó, que en Buenos Aires a finales del S. XVII, no había construcciones más que de adobe; la piedra estaba muy lejos, y los ladrillos precisaban hornos para cocerse, y no había madera suficiente en aquellas orillas fangosas del Rio de la Plata como para abastecer esos hornos. Entonces, cuando llegaron los jesuitas se plantearon su estancia a largo plazo: plantaron duraznos, árboles de crecimiento rápido, y a los pocos años tenían madera para abastecer 60 hornos que producían ladrillos para los primeros grandes edificios que se construyeron allí: la Iglesia de San Ignacio y la serie de edificios adyacentes donde se ubicaron algunas de las instituciones más importantes para el desarrollo y la historia, no sólo de Buenos Aires, sino de todo el país.
Patio de la Procuraduría
Museo de vestidos y objetos de época
Entrada a alguno de los Túneles que horadaban el suelo de Buenos Aires en el S. XVII y XVIII
Como no todo va a ser historia, aprovechamos uno de los días de nuestra estancia para hacer la excursión al Delta de Tigre, allá donde el Paraná desemboca en el Río de la Plata y se abre en un dédalo de canales cambiantes. Para ello, salimos de la Estación de Retiro, hacia Mitre, donde tenemos que hacer transbordo al Tren de la Costa
Estación de Retiro. El tren sale a las 12 en punto
Ya estamos en Mitre. Esperando al tren turístico que nos llevará hasta Tigre
Y llegamos a Tigre. En la estación fluvial, esperamos el barco en el que vamos a hacer un recorrido por los canales.
En lugar de llamarse "golondrina" como en algunos puertos del Mediterráneo, nuestro barco se llama "Jilguero". Obsérvese, a la derecha del timón, el infiernillo con la "pava", la tetera para calentar el agua para el mate, indispensable elemento en la vida de cualquier argentino, a cualquier hora.
Los canales del Delta crean un número infinito de islas que no tienen más comunicación entre ellas y con la tierra firme, que el medio fluvial; es indispensable una embarcación de cualquier tipo para entrar o salir, y todas las facetas de la vida están referidas a este medio de locomoción; así pues una gasolinera tiene este aspecto:
Este barco cargado de mercancías (sobre todo, agua potable) que se orilla en los embarcaderos, es un supermercado flotante y ambulante.
Según nos explicaba la guía, las islas cambian constantemente de forma por la erosión del oleaje (sobre todo el que levantan las embarcaciones a motor) y los aportes constantes de los sedimentos que arrastra el río. En general, muchas de ellas tienen la estructura de un plato hondo: el centro de la isla puede estar incluso por debajo del nivel del agua circundante, pero el borde de la isla, elevado, mantiene a raya el agua de los canales. Ese borde se llama "albardón". Las construcciones en las islas se agrupan en ese borde, no sólo para estar accesibles desde las orillas, sino para evitar las inundaciones, y así y todo, muchas de ellas están elevadas sobre pilotes, a modo de palafitos. (en la foto, hasta la caseta del perro va sobre pilotes)
Los albardones protegen las islas de las aguas, hasta que llega la "sudestada" que según la RAE es "Viento fuerte que desde el sudeste impulsa al Río de la Plata sobre la costa". Cuando sopla con ganas el viento del sudeste su fuerza es tanta que impide el normal desagüe de los canales, lo que hace subir el nivel de las aguas, en ocasiones con resultados catastróficos. Yo conozco dos canciones al menos que describen ese fenómeno: una es "Juanito Laguna" de Mercedes Sosa, en la que dice: "El islero siente, resignadamente, que su pobre vida, queda acorralada, como su ranchada sobre un albardón. / Y la sudestada mantiene empacada la furia inocente de la inundación". La otra es de Teresa Parodi y describe la angustia del islero que ve subir las aguas: "Apurate José, que ya está llegando la creciente otra vez..."
Pero el Delta es también lugar de recreo, de clubs de remo, restaurantes, parques de atracciones y villas de lujo, como la de la foto anterior que tiene esa "pequeñez" de embarcadero. Porque desde que, a mediados del S. XIX, Domingo Faustino Sarmiento, ex-presidente de la Argentina, decidió construirse una casita de madera en una de aquellas islas como refugio de descanso y veraneo, las islas del Delta cobraron un gran auge como sitios de ocio y vacaciones para los habitantes de Buenos Aires.
Casa de Sarmiento, rodeada por una estructura de cristal para protegerla de las inclemencias del clima
Sobre todo, las islas son lugares de una vegetación exuberante, adaptada al medio siempre húmedo, como estos cipreses calvos, de raices flotantes, o las casuarinas, importadas de Australia para retener los terrenos.
Lo de fotografiar a la fauna es más dificil (si hacemos abstracción de los turistas) pero aquí conseguí captar a un cormorán en pleno vuelo a ras de agua
Ya de vuelta en Buenos Aires, tomamos el "subte" que en su linea A conserva los vagones originales, así de bonitos
En la estación de Bulnes, una serie de azulejos decorados, presenta paisajes Argentinos y retazos de la historia del País. (este me trajo a la memoria los "Paisajes de Catamarca, con mil distintos tonos de verde")
Y en los pasillos, homenaje a a uno de los mas grandes argentinos de todos los tiempos, y uno de los mejores filósofos del S. XX: Joaquín Lavado, Quino
Nos acercamos al Jardín Japonés, que es un rincón precioso, en el que sería delicioso estar si no fuera porque los mosquitos proliferan como fieras voladoras, acechando a los incautos para martirizarles. A pesar de eso, está lleno hasta los topes de visitantes, lo que no lo hace más apetecible, precisamente, y convierte en tarea imposible sacar fotos en las que no aparezcan multitudes de desconocidos.
De todas formas hay rincones deliciosos que desprenden esa paz y ese arte que tienen los japoneses para combinar los elementos naturales y artificiales creando un ambiente estético y encantador.
Otro día visitamos la Casa Rosada donde consigo hacerme un autorretrato psicológico: eso que parecen burbujas son mis ideas. (Que cada cual les aplique el calificativo que le sugieran: ¿vanas, repetitivas, egocéntricas?)
En la Plaza de Mayo, un jueves tras otro desde 1977, las Madres de la Plaza de Mayo, siguen dando vueltas, pidiendo un imposible que parte el corazón. "Se los llevaron con vida, con vida los queremos". Ya son unas ancianas, cada vez con menos fuerza física, que dan la impresión de estar siendo manipuladas por el poder actual, ya que caminaban tras una pancarta alusiva a la Guerra de las Malvinas. Pero en los pañuelos que llevan en la cabeza siguen bordados los nombres de los hijos que les arrebataron.
Cuando vamos ya de vuelta al hotel, el dia 4 de abril, empieza a llover con fuerza y en pocos minutos se desata un temporal de viento que alcanza la categoría de huracán: desde nuestro refugio en un portal vemos pasar volando sombrillas y sillas de las terrazas de los bares, y en seguida, ramas enormes arrancadas de los árboles, y lo que da más miedo, una lluvia de cristales de los ventanales que se rompen con las ráfagas de viento huracanado. La lluvia torrencial convierte la avenida 9 de Julio en un río donde los pocos coches que se atreven a circular, levantan olas a ambos lados. Tras un rato largo viendo y oyendo unos rayos que ponen los pelos de punta, el temporal amaina lo suficiente como para que nos atrevamos a correr hasta nuestro hotel. Al día siguiente, las calles están llenas de ramas caidas y árboles tronchados y nos enteramos de que el terrible balance del huracán, que algunos incluso llaman tornado, ha sido de 13 muertos en la zona de Buenos Aires
La Avenida 9 de Julio, convertida en río caudaloso
Al día siguiente, las aguas vuelven a su cauce (en un sentido literal) y aprovechamos para conocer un lugar indispensable en cualquier visita a Buenos Aires: la librería Ateneo Grand Splendid, que ocupa el lugar de un antiguo teatro, cuya estructura ha conservado. Es un espacio maravilloso, donde los libros se distribuyen organizadamente por el patio de butacas, los anfiteatros y los palcos, lleno de rincones en los que uno se puede sentar a leer tranquilamente. En condiciones normales, el escenario es cafetería y restaurante, pero tuvimos la mala suerte de llegar cuando había habido un pequeño incendio en la cocina, y no se podía tomar nada. No tuve más remedio que hacer acopio de discos de Los Chalchaleros, antiguas grabaciones remasterizadas, que me quitan 30 años de encima solo con escucharlas
Skyline de Buenos Aires desde el Rio de La Plata.
Y para poner un sello más en nuestros pasaportes, decidimos cruzar el Río de la Plata y acercarnos hasta Colonia del Sacramento, en Uruguay, un lugar designado "Patrimonio de la Humanidad" por la conservación del casco antiguo con gran cantidad de casas tal como eran en el S. XVII
Tras comer el un lugar infame llamado "El Santo" que no recomiendo a nadie, donde nos atienden mal, con un aspecto cutre, todo guarril, y donde no deberíamos habernos quedado si no fuera porque ya era muy tarde y no pensábamos que fuera facil encontrar mesa en otro sitio, nos quitamos el mal sabor de boca (y nunca mejor dicho) paseando por entre estas piedras venerables que hacen pensar en tiempos de conquistadores y bucaneros.
Ya de vuelta hacia Buenos Aires, Colonia nos despide con esta puesta de sol espectacular
Y aunque no tenía medios adecuados para hacer fotos del cielo nocturno, tuve la enorme satisfacción de ver, cuando se hizo de noche en medio del Río de la Plata, la Cruz del Sur allá en lo alto, y la constelación de Orión puesta del revés, para recordarnos que estábamos en el otro hemisferio.
De vuelta en Buenos Aires visitamos el Café Tortoni, uno de los lugares indispensables donde nos sentamos a tomar algo entre las mismas paredes que vieron a Borges, Bioy Casares, García Lorca y un buen puñado de personajes importantes en la vida cultural de la ciudad. Y de paso, contemplamos un espectáculo de tango, bien bailado y cantado, para "que no nos falte de na"
Para empaparnos de ambiente porteño, un paseo por el Mercado de San Telmo, lleno de anticuarios
El ambiente de tenderetes de artesanías, objetos antiguos, mimos disfrazados, se extiende a las calles adyacentes, sobre todo la Calle Defensa y la Plaza Dorrego, corazón del Barrio de San Telmo
Tengo que reconocer que entre todos los carteles que pregonaban mercancías en venta, este es uno de los que más me impresionaron.
Lo mismo encontramos un tanque preparado para luchar contra el analfabetismo y la incultura, que podemos disfrutar de un tango bailado con todo el sentimiento que da la experiencia de estos maduros bailarines, en la plaza Dorrego,
O la pose final de esta pareja que termina su baile con la postura que Santiago Calatrava quiso reproducir en el modernísimo puente que edificó en Puerto Madero
Puente de la Mujer, Puerto Madero
Por cierto, para tener más información sobre otros trabajos de Calatrava recomiendo la página
http://www.calatravatelaclava.com/#
Por cierto, para tener más información sobre otros trabajos de Calatrava recomiendo la página
http://www.calatravatelaclava.com/#
Y una vez mas recurro a una imagen reflejada para despedir este post.
Buenos Aires, espejismo que se asoma al Río de la Plata.
Siempre se sueña con volver a Buenos Aires, aunque sea con la frente marchita...
ojalá nosotros podamos volver pronto.
Buenos Aires, espejismo que se asoma al Río de la Plata.
Siempre se sueña con volver a Buenos Aires, aunque sea con la frente marchita...
ojalá nosotros podamos volver pronto.