"En tiempos de tribulación, no hacer mudanza"
Hay diversidad de opiniones sobre la paternidad de la frase: algunos la atribuyen a San Ignacio de Loyola, otros a Santa Teresa. Yo me inclino más por ésta última, porque la frase está teñida del sentido común que solía demostrar la Santa de Avila, porque me cae mejor que el fundador de los jesuitas, y además por solidaridad femenina.
En cualquier caso, no creo que pueda haber mudanza sin tribulaciones. Aunque sea una mudanza en apariencia tan sencilla como quitar unos muebles viejos de cocina y poner unos nuevos. Como dice el cuplé "¡Nunca lo hiciera, que aquella tarde, de sentimiento creí morir!"
Lo de que la cocina sea pequeña no tenía mucho remedio, a no ser que prescindiéramos del salón o de algún dormitorio, pero la vetustez de los muebles y la guarrería que acumula el butano, ya había colmado nuestra capacidad de resistencia. Para corroborarlo basta una imagen:
Tras duras negociaciones conseguimos que el casero (ya que vivimos de alquiler) hiciese los cambios pertinentes en la instalación eléctrica, porque era de los tiempos en que se construyó la casa, o sea, hace cien años más o menos. No hemos salido ardiendo en todo este tiempo, por misericordia divina. Y después de pasar el calvario correspondiente en los días anteriores a navidad (agujeros en las paredes, yeso, serrín, cables, canaletas y silicona por todas partes) nuestra instalación estaba en condiciones de soportar una vitrocerámica, un microondas y todas esas cosas que nos empeñamos en enchufar al mismo tiempo para que funcione una casa.
Con el trabajo de toda la familia y la ayuda inestimable de unos cuantos espontáneos que colaboraron en sus especialidades (¿se acuerdan de Pedrito, el del termo, hace un año? Es el que sujeta la escalera para que David haga de las suyas con el taladro en la foto siguiente) fuimos dando fin a los pasos preliminares: vaciar la cocina de muebles viejos, fregar y pintar paredes y techo, poner un suelo nuevo... Bueno en realidad dos, porque el primero no resultó muy adecuado, ya que era demasiado poroso para una cocina, y después de que una servidora se había pasado un día tirada por los suelos arrancando el suelo antiguo y pegando el nuevo, completamente colocada con los vapores del pegamento, y desriñonada en líneas generales, comprendimos que ese suelo no iba a quedar bien, y fui corriendo a comprar unas baldosas autoadhesivas que se ponen con gran facilidad (es un decir) para lo cual me tiré al suelo una vez mas.
Mientras tanto el artista de la foto consiguió fijar el termo eléctrico con mayor seguridad, porque daba la impresión de que se estaba desprendiendo de la pared, y no se qué me molestaba más, si la idea de que me cayeran encima 100 kilos de termo lleno de agua, o la perspectiva de que se me rompieran mis muebles nuevos.
A todas estas, el zafarrancho comenzó un sábado y estábamos consiguiendo cumplir los plazos antes de que trajeran los muebles: vaciado de la cocina, fregado y pintura de paredes y techo, suelo/s nuevo/s, fijación del termo, todo antes del miércoles que traían los muebles, para montarlos el jueves. Y entre medias, viajes frecuentes al punto limpio a tirar trastos viejos, al Leroy Merlin, al Bricomart, al Carrefour para comprar pegamentos, pinturas, cables, brochas, espátulas, escarpias, tacos... todo eso tan bonito, que uno nunca está muy seguro de estar comprando el más adecuado, y que luego sobra la mitad y estorba por enmedio... una alegría, en general.
Con unas cosas y otras el confort general de la vida cotidiana se vió incrementado con algunas variaciones: por ejemplo, la nevera al lado de la mesa de comer, lo cual ahorra muchos viajes, por ejemplo. ¿Que quieres añadir leche al cola-cao? Pues no hay ni que levantarse de la mesa.
Luego probamos otra modalidad, con la cocina de butano en el salón, lo que daba un toque de elegancia, con la bombona delante de la tele, las salpicaduras en los visillos, las herramientas confraternizando con los cubiertos, la cinta aislante con la mermelada, muy confortable en líneas generales.
Cuando trajeron, por fin, los muebles, nos pusimos contentísimos: nos dimos cuenta de que nuestra casa era mucho más grande de lo que habíamos creído siempre. Yo consideraba que el pasillo era estrecho hasta que vi todo lo que se podía almacenar en él ¡y aún quedaba sitio para pasar! Eso si, tuvimos que ingeniar un sistema de señales para avisar "¡No vengas al salón, que voy para tu cuarto!" "¡Espera en el cuarto de baño, que sigo hacia la puerta de la calle!" "Ya que vienes, traeme una toalla!" No llegamos a instalar un semáforo, pero casi casi.
Pasillo en sentido Norte-Sur
Pasillo en sentido Sur-Norte
La verdad es que impresionaba ver todo lo que descargaron ¿Eso iba a caber TODO en la cocina? ¿Cómo se las iba a apañar el montador para moverse ahí dentro? Y sobre todo ¿Como sabía dónde iba cada cosa?
Pero llegó el jueves, y al fin ¡el montador! Que empezó felizmente por el rincón de la nevera, pero cuando fue a poner el mueble de la esquina, simplemente, no cabía. Y claro, como él decía, "Este mueble, manda. A partir de aquí van todos los demás, si no pongo éste no puedo poner nada"
¿Qué se hace en esa situación? ¿Por dónde empiezas a rebanar pescuezos? ¿Qué clase de cañón es conveniente usar?
El muchacho hizo lo que pudo, hasta intentó serrar el mueble, pero, que si quieres... Así que colgó todo lo que iba en la pared de enfrente, sobre el fregadero, y se largó a la hora de comer. Pueden hacerse una idea de cuál era mi tono cuando llamé a la tienda a decir lo que estaba pasando... Pero debió de ser lo suficientemente expresivo como para que al día siguiente, viernes, apareciera una nueva remesa de muebles, tanto de abajo, como de arriba, que debían ocupar su lugar en esa esquina enrevesada.
Pero esta vez ¡Faltaban mas de 15 cm para llenar el hueco correspondiente! las imágenes no mienten:
¿Qué se hace ante una cosa así?
Si son aficionados a los documentales de animalitos en su medio natural quizá hayan visto a las leonas cuando alguien se acerca a sus cachorrillos, pues eso no es nada, tortas y pan pringao en comparación con mi elocuencia cuando cogí el teléfono y llamé a la tienda a ponerles al corriente de su último éxito. En realidad creo que hubiera podido prescindir del teléfono, aunque la tienda está en Carabanchel, me hubieran oído perfectamente.
Todo lo que conseguí es que me mandaran otro montador, el sábado por la mañana, a instalar provisionalmente los muebles erróneos, para poder guisar en la vitro y manejarnos medianamente en la cocina, hasta la llegada de unos muebles ¿bien? medidos.
Y por fin, ¡a la tercera va la vencida! a mediados de la semana siguiente, después de amenazarles con las penas del infierno, hemos conseguido que vengan los muebles que, esta vez, si se ajustan a las medidas que tienen que tener, y que queden las cosas como tienen que estar. Tuvieron que levantar la vitrocerámica y la encimera completa, cortar una nueva, porque la anterior estaba mal, reorganizarlo todo, pero al fin, tras una orgía de serrín, que nos enterró hasta las pestañas, podemos decir que la cocina está terminada:
¿Podemos decirlo? ¡Ah, no!, porque cuando mi niña estaba esmerándose con el "vitroclen", dos días después de que terminaran, vino a decirme: "Mama, que no te de un ataque ni te tires por el balcón, pero me parece que la vitro tiene una grieta". Efectivamente, está rota en una esquina.
Y aquí estamos, esperando que traigan una nueva, y confiando en que ¡al fin! podamos dar por terminada la mudanza de la cocina.
Pero como mientras tanto parece que se han retirado las nubes, que asoma el sol, que los pajarillos cantan en las ramas y que hay florecillas en los árboles, enfrentaremos la vida con entereza y optimismo, confiando en que tarde o temprano las cosas queden rematadas como es debido, el carrito de las verduras en su hueco, los ganchitos para los trapos en su sitio, las tapas de las cacerolas en su soporte, etc, etc, etc...
Y ustedes que lo vean.